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Resiliencia o cómo aprovechar las adversidades y alcanzar el bienestar psicológico

Alberto Ortega, profesor de psicología positiva en UNIR, defiende que el autoconocimiento requiere de una buena educación emocional durante la infancia.

Ciertas personas parecen encajar bien los golpes de la vida, y algunas incluso hasta los aprovechan para mejorar en su día a día. Son personas resilientes. Pero, ¿qué es exactamente la resiliencia? ¿Cómo se puede alcanzar el bienestar psicológico?

El profesor en el Curso de Experto Universitario en Psicología Positiva de UNIR, Alberto Ortega, define la resiliencia como la capacidad que tienen las personas para afrontar y adaptarse a situaciones adversas e inesperadas en las que sienten estrés, perturbación o malestar emocional.

“Esta capacidad nos permite reponernos del golpe sufrido e incluso, en ocasiones, aprovechar la experiencia negativa como oportunidad de crecimiento y mejora”, añade el docente.

Según el artículo “Resiliencia: definición, características y utilidad del concepto”, del investigador Elisardo Becoña, el interés por la resiliencia en la disciplina de la psicología es antiguo.

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Varios estudios de seguimiento a lo largo de las últimas décadas han demostrado la existencia de niños que, tras pasar por circunstancias difíciles, extremas o traumáticas durante su infancia, como abandono, maltrato, guerras o hambre, luego de adultos no desarrollan problemas de salud mental, abuso de drogas o conductas criminales.

Estos casos no son raros y aportan esperanza porque demuestran la capacidad de estas personas de reponerse y de afrontar la vida con positividad a pesar de las malas experiencias.

Gestión inteligente de las emociones

Alberto Ortega subraya que la capacidad de gestionar nuestras emociones de manera inteligente es fundamental para alcanzar un buen nivel de bienestar psicológico. Para ello es necesario dominar varias habilidades como, por ejemplo, saber detectar las emociones que cada uno siente en cada momento, entender qué quieren indicar y cómo nos afectan.

Este control emocional, sin embargo, no significa que debamos reprimir lo que sentimos, sino entender y aceptar nuestras emociones para así poder canalizarlas hasta que nos ayuden a comportarnos como realmente deseamos”, subraya el investigador.

Cualquier persona puede aprender a ser resiliente. Ortega considera fundamental, en primer lugar, el autoconocimiento: la capacidad de detectar fortalezas personales y distintos recursos psicológicos y sociales.

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“Si una persona tiene un gran sentido del humor y comete un error en el trabajo que conlleva consecuencias graves, emplear la fortaleza de reírse de sí misma le ayudará a desdramatizar la situación, aceptar su error y rebajar el malestar emocional”, ejemplifica.

Esta fortaleza le resultará útil para retomar su vida profesional, aprender del error cometido, reponerse y pensar de manera más clara cómo continuar hacia delante.

Otro factor relevante es cultivar unas relaciones interpersonales cercanas y sólidas que sirvan de apoyo en momentos complicados y enriquezcan nuestra existencia. El investigador advierte de que esta red se fundamenta en la calidad de esos lazos afectivos, no en la cantidad.

Es posible desarrollar éstas y otras habilidades a lo largo de nuestra experiencia vital. Sin embargo, para que este proceso funcione de manera exitosa es imprescindible recibir una buena educación emocional en nuestra infancia. Ortega propone al respecto incluir estos contenidos en el programa curricular de la educación primaria y secundaria.

Pandemia y resiliencia

El caso más extremo de reto vital ha llegado con la pandemia de Covid-19. La resiliencia ha resultado útil para entender mejor y más rápido una situación tan adversa y de un alcance tan global.

Y ha servido para detectar oportunidades de crecimiento y mejora laboral, para encontrar soluciones a problemas acuciantes o para idear alternativas a los planes vitales truncados hasta ahora.

De hecho, está demostrado que sentir más emociones positivas (agradables) que negativas (desagradables) ayuda a disponer de manera más rápida y efectiva de los recursos personales. Los ciudadanos conseguirán ser más flexibles y creativos, trabajar mejor y ampliar su repertorio conductual si en el futuro se producen situaciones similares.

El optimismo no es mágico

 

¿Por qué entonces parece que una visión pesimista acierta más que otra optimista? No es del todo así: es un sesgo de atención que predispone a atender primero los elementos amenazantes y negativos del entorno.

Unas circunstancias que, al menos en el entorno socioeconómico y cultural de Occidente, son seguras, por lo que Ortega considera importante cambiar ese sesgo y evitar la concepción tradicional del optimismo como un pensamiento de que todo irá bien de manera automática.

El optimismo no funciona de manera mágica. En realidad, nos predispone a esforzarnos, a trabajar por aquello que deseamos y que creemos importante desde el punto de vista personal. Es una especie de motivación que nos dirige hacia donde queremos”, recalca.

Psicología positiva

Según el artículo de Elisardo Becoña, la psicología positiva fue definida por Seligman y Csikszentmihalyi (2000) como una ciencia de la experiencia subjetiva positiva, rasgos individuales positivos e instituciones positivas que permiten mejorar la calidad de vida y prevenir aquellas patologías que surgen cuando la vida se muestra “árida y sin sentido”.

La psicología positiva se interesa a nivel subjetivo por el bienestar y la satisfacción en el pasado; la esperanza y el optimismo sobre el futuro, y el flujo y la felicidad en el presente.

En el ámbito individual, se centra en rasgos personales positivos, como la capacidad para el amor y la vocación, el coraje, la habilidad interpersonal, la sensibilidad estética, la perseverancia, el perdón, la originalidad, la apertura mental, la espiritualidad, el talento y la sabiduría.

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Respecto a los grupos, atañe a las virtudes cívicas y a las instituciones que mueven a los individuos a ser mejores ciudadanos, como la responsabilidad, la crianza, el altruismo, el civismo, la moderación, la tolerancia o la ética en el trabajo.

“Quienes investigamos sobre estas cuestiones tratamos de centrar nuestro trabajo en los recursos psicológicos y sociales que contribuyen a que las personas disfruten de una vida plena y a que las organizaciones funcionen de una manera saludable”, explica Ortega.

Desde que este campo de estudio emergió a principios de siglo, Ortega afirma que se han desarrollado programas formativos en los que profesionales de diversa índole aprenden a evaluar e intervenir en sectores como el de la salud, el educativo, el organizacional o el deportivo.

Entre estos programas destacan posgrados universitarios como el Curso de Psicología Positiva online de UNIR iniciado este curso académico.

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