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El alma del juego: ¿por qué no deberíamos dejar nunca de jugar?

El ser humano, con toda su inteligencia y sus habilidades para descubrir los secretos del mundo que lo rodea, crear grandes inventos y avances científicos, es el único ser vivo que deja de jugar a medida que crece. ¿Es esto beneficioso para nuestro desarrollo?

Jugar, una acción libre, placentera, voluntaria y gratuita, es un catalizador del desarrollo.

El pasado 25 de enero Esther Hierro, profesora del Máster Universitario en Neuropsicología y Educación de UNIR y CEO y directora creativa de Marinva, una consultora especializada en el uso del juego como metodología para la transformación, impartió la conferencia ‘El alma del juego’, en el marco del Seminario Corpodesc: Neuropedagogía de UNIR. Su estimulante exposición arrancó provocando un conflicto cognitivo a los asistentes: ¿Por qué tantos años de evolución humana no nos invitan a jugar a lo largo de toda la vida? Máxime si está claro que al cerebro le gusta jugar.

Este punto de partida conecta con uno de los pilares que Hierro lleva más de 20 años defendiendo desde Marinva: jugar es imprescindible en todas y cada una de las etapas de la vida, pues el juego nos forma, nos conforma y nos transforma, no solamente en los primeros años de nuestra infancia, sino hasta el final de nuestras vidas.

Si jugamos con otras personas, se activa nuestro cerebro social y nuestras neuronas espejo. Y si añadimos movimiento, enriquecemos la conectividad de las áreas cerebrales implicadas y generamos endorfinas, activando la plasticidad neuronal.

 

Jugar, que podemos definir como una acción libre, placentera, voluntaria y gratuita, es un catalizador del desarrollo y del bienestar personal y colectivo. Desde el punto de vista neurocientífico, se asocia al placer y el disfrute, activando sistemas de recompensa y motivación intrínseca. Citando a Arnau (2023): “En las experiencias lúdicas, no solamente se libera dopamina (que favorece la atención y la sensación de recompensa), también se producen encefalinas y endorfinas (asociadas al estado de calma y de felicidad), acetilcolina (que activa la memoria y el aprendizaje a largo plazo), serotonina (que reduce la ansiedad y regula el estado de ánimo) y oxitocina (que desarrolla la empatía y la conexión con los demás)”.

Si además jugamos con otras personas, se activa nuestro cerebro social y nuestras neuronas espejo. Y si añadimos movimiento, enriquecemos la conectividad de las áreas cerebrales implicadas y generamos endorfinas, activando la plasticidad neuronal.

A nivel social, el juego permite el aprendizaje colaborativo, el desarrollo de hábitos democráticos, el entrenamiento de la empatía y la paciencia, las habilidades para llegar a acuerdos y establecer alianzas… ¡y mucho más!

Otra de las reflexiones que se expusieron en la conferencia fue la diferencia entre jugar (play) y juegos (games). Mientras que jugar es una actitud con el poder de convertir cualquier momento, objeto o actividad en un juego; los juegos, que son constructos, dependen de la actitud de las personas que quieran utilizarlos.

Por eso, en la propia definición de juego aparecen los términos libre y voluntario. Nadie puede obligarnos a jugar. Jugar es una decisión personal. Aceptamos el reto de ponernos a prueba, de afrontar la incertidumbre y de dar lo mejor de nosotros mismos. Nada ni nadie puede tomar esa decisión.

Este apunte es fundamental, ya que conecta directamente con el concepto de actitud lúdica. Esta actitud (que Hierro asocia al “alma”) nos permite afrontar las dificultades de la vida, como retos, vivir en el presente, tener iniciativa, cultivar el asombro, superar el miedo a equivocarnos, así como otros potentes aspectos que se compartieron en la intervención.

La parte positiva es que la actitud lúdica puede entrenarse. Cada uno de nosotros tenemos la oportunidad de desarrollarla a partir de una mirada interior sincera y la detección de aquellos aspectos que consideremos que podemos mejorar.

Por último, pero no menos importante, se revisaron las conexiones entre el juego y el aprendizaje significativo. En ambos procesos son clave la estimulación de la curiosidad, la integración y aceptación del error, así como el esfuerzo individual.

Entre los 15 puentes que se identificaron, encontramos la capacidad para motivar, la conexión con los intereses del alumnado, la posibilidad de experimentación, la interacción oral o la personalización de objetivos. Ante las preguntas de las personas asistentes, se hizo hincapié en el juego como forma de desarrollo, para trabajar determinados objetivos, pero también como forma de abordar situaciones complejas. Como actitud vital que impregna lo que hacemos.

El juego es un aliado clave en cualquier proceso de transformación e innovación educativa, que permite el desarrollo de competencias, ayuda a la inclusión de toda la comunidad educativa, fomenta el bienestar personal y colectivo y tiene impacto en el clima del aula, la escuela, la empresa o la familia.

 

Por todo ello, desde Marinva pensamos que el juego debe aprovecharse como un aliado clave en cualquier proceso de transformación e innovación educativa. El juego, no solamente se alinea con los principios psicopedagógicos y neurocientíficos respecto a cómo aprendemos las personas, sino que permite el desarrollo de competencias, ayuda a la inclusión de toda la comunidad educativa, fomenta el bienestar personal y colectivo, y tiene impacto en el clima del aula y de la organización (ya sea escuela, empresa, familia…).

En conclusión, si el ser humano ha sido capaz de investigar y generar todo este conocimiento científico sobre los beneficios del juego, ¿por qué no nos ponemos todos y todas a jugar en los distintos ámbitos de nuestra vida?

 

Referencias bibliográficas:

MARÍN, I. Jugar. Crecer y aprender en familia (2023). Editorial Paidós. Barcelona.

MARÍN, I. ¿Jugamos? Editorial Paidós (2018) . Barcelona.

ARNAU, L. Metodologías lúdicas para la personalización del aprendizaje. Editorial Graó (2022). Barcelona.

ARNAU, L. “Las metodologías lúdicas favorecen la predisposición del cerebro para el aprendizaje”. Aula de innovación educativa, Nº 330, 2023, pág. 65.

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