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Las etapas del duelo infantil y cómo abordarlo desde la psicopedagogía

Afrontar la pérdida de un ser querido se agrava en el caso de menores. De hecho, en muchos casos es necesaria la intervención de un profesional para gestionarlo emocionalmente de la forma más adecuada.

Contribuyen a gestionar emocionalmente mejor este tipo de situaciones.

La muerte sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad, especialmente a la hora de hablar de ella a los niños. La pérdida de un familiar o un amigo del menor supone una situación compleja que requiere de una gestión emocional adecuada para que no se agrave y/o prolongue en el tiempo. El duelo infantil pasa por una serie de etapas con una características definitorias similares a las de los adultos, pero con síntomas de mayor intensidad

El fallecimiento de un abuelo, de la madre, de un animal de compañía… o, incluso, la mudanza a otro lugar de residencia, suponen un proceso de duelo para el que un niño no siempre está preparado. Esta situación conlleva un choque emocional para cualquier persona, máxime en el caso de menores y cuando se trata de la pérdida de una persona cercana, ya que su desarrollo mental les impide comprender el significado de la muerte de forma racional.

Las fases del duelo infantil no son idénticas en todos los niños. Dependen de diferentes factores, como la edad del menor (no es lo mismo tener dos años que nueve), de su estabilidad emocional o de cómo lo gestione la familia. Aún así, John Bowlby (Londres, 1907-isla de Skye, 1990), psicólogo impulsor de la teoría del apego, diferencia las siguientes etapas:

Fase de shock/negación

El niño pasa por un período de incredulidad, incapaz de aceptar el fallecimiento y con la sensación de estar viviendo una irrealidad. Esta etapa puede durar entre unos días y varias semanas, y en ella se transita por la confusión y el shock, con momentos en los que puede aparecer la rabia y hasta la alegría.

Fase de anhelo y búsqueda del ser querido

Se va tomando conciencia de lo que supone la muerte de una persona manifestándolo a nivel emocional con llantos, ira e irritabilidad. Aparece la culpabilidad hacia sí mismo o personas que en ese momento están cerca del menor, como familiares, médicos, amigos, etc.

En esta etapa es habitual buscar referencias o elementos vinculados al fallecido, como ver sus fotografías, visitar la tumba, recordar momentos juntos… Es una fase muy inestable para el niño que puede afectarle a su capacidad de concentración para realizar actividades cotidianas y, en caso de estar en etapa escolar, a su rendimiento académico.

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Desorganización y desesperación

El menor empieza a entender que la situación es irreversible, que el fallecido no volverá y que eso supone irremediablemente una serie de cambios. La tristeza, la apatía y el dolor caracterizan a esta etapa, pudiendo aparecer sentimientos de culpa y sintiéndose incapaz de reorganizar su vida. En los casos más graves, la desesperanza desemboca en un deseo de no querer seguir viviendo.

Reorganización (desapego)

Se acepta la pérdida como definitiva reorganizando su vida e integrando, en la medida de lo posible, la muerte del ser querido. Desaparecen los trastornos de las fases anteriores, como cambios de humor, problemas para poder dormir, irritabilidad, etc.

Transitar por todas las etapas del duelo infantil es lo habitual aunque puede haber elementos que lo dificulten como, por ejemplo, si es una muerte múltiple (ambos progenitores), repentino o una situación de catástrofe. Es un proceso necesario y único cuya duración puede oscilar entre los seis meses y un año.

¿Cómo abordar el duelo infantil desde la psicopedagogía?

El duelo familiar requiere de tiempo y una gestión adecuada para no acentuar sus consecuencias. Las personas más indicadas para comunicar un fallecimiento a un niño son sus progenitores; en caso de que sean ellos los que han muerto, lo recomendable es alguien con una relación muy estrecha con el menor.

La intervención de profesionales, como psicólogos o psicopedagogos, contribuye a gestionar emocionalmente mejor este tipo de situaciones. Cada caso tiene sus particularidades, pero como pautas generales para afrontar el duelo infantil, hay que señalar:

  • Informar adecuadamente.

Ocultar la pérdida es contraproducente, ya que antes o después el menor se va a enterar de lo sucedido. Se le debe comunicar la muerte de modo claro y adaptado a su edad y nivel de maduración.

  • Escuchar.

Es importante permitir que el niño se exprese, que se sienta escuchado y responder a todas sus preguntas y dudas sobre la nueva situación. Es fundamental incidir en que él no es responsable de lo sucedido.

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  • Incluirlo en los cambios y rituales.

No ignorar la presencia del menor en los procesos de cambio que pueden afectar a toda la familia (por ejemplo, si es un progenitor el que ha muerto), así como incluirlo en rituales de despedida que puedan ayudarlo en el proceso (ir al tanatorio, asistir al funeral, visitar la tumba, recordar buenos momentos juntos, etc.).

  • Gestión emocional.

Ayudar al menor a gestionar sus emociones es fundamental en un proceso de duelo. Es aquí donde cobra relevancia la figura de un profesional especializado, el cual le brindará apoyo para abordar los temores, miedos o fobias que pueda experimentar el niño.

  • Rutinas.

Evitar cambios a mayores (en la escuela, extraescolares, amigos…) contribuye a recuperar la estabilidad y la normalidad.

Acompañar y trabajar el duelo infantil es una cuestión fundamental para todos aquellos profesionales de la educación, tanto en el ámbito formal como no formal. Para ello, es importante contar con titulaciones como el Máster en Psicopedagogía online de UNIR.

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