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Cerebro, emociones y aprendizaje desde una perspectiva educativa

Rafa Guerrero, psicólogo experto en neuroeducación, explica en esta openclass cómo procesa el cerebro las emociones, cómo aprendemos a comunicarlas y cómo podemos gestionarlas mejor.

En una clase magistral dirigida a padres y educadores, el director de Darwin Psicólogos abordó diferentes cuestiones relacionadas con las emociones y su implicación en el aprendizaje.

¿Las emociones son aprendidas o nacemos con ellas? Este fue el tema central del primer bloque, dedicado a las emociones, el aprendizaje y el cerebro infantil. Rafa Guerrero explicó que la expresión de las diferentes emociones es innata, mientras su gestión se va aprendiendo al crecer, por lo que padres y educadores deben acompañar a los menores en este camino.

El conferenciante y autor de los libros ‘Cómo estimular el cerebro del niño’ y ‘Los 4 cerebros de Arantxa’ invitó a los presentes a alfabetizar las emociones. ¿Cómo? Ayudando a los niños a identificarlas y poniendo en marcha habilidades de gestión emocional.

Aunque las emociones activan todo el cerebro, hay una parte en concreto que se activa más que las restantes; es el sistema límbico, ubicado en el centro anatómico del encéfalo. Como parte de él, las amígdalas cerebrales son fundamentales para el procesamiento de las emociones, también las más desagradables (miedo, rabia, tristeza, celos, envidia, asco…) que hiperactivan estas estructuras. “El volcán emocional está situado en ese sistema límbico”, apuntó Rafa Guerrero.

El ‘cerebro’ verde versus el ‘cerebro amarillo’

Pero ¿dónde se produce la gestión de esas emociones? Esta habilidad se gestiona desde la corteza prefrontal. “Es la última parte del cerebro en madurar”, señala el experto en neuroeducación. Un proceso que tarda bastantes años, aunque en Primaria los menores ya tienen una base para comenzar a trabar estas funciones tan importantes y necesarias como la concentración, el control de los impulsos, la regulación emocional, la memoria operativa o la planificación.

 

 

Ejemplo de ello es el famoso test del marshmallow donde, a finales de los años 60, el investigador Walter Mischel puso delante de niños de 3 a 5 años una golosina y les indicó que, si controlaban sus impulsos y no se la comían al instante, les daría el doble. El académico de la Universidad de Standford descubrió que los niños de 5 años controlaban con mayor probabilidad sus impulsos que aquellos de menor edad.

Para concluir este primer bloque, Guerrero recordó que “cualquier emoción, en cualquier intensidad tiene que ser legitimada siempre”; mientras que la conducta consecuente a esa emoción es la que debe ser valorada por los adultos para ver si es correcta o debe ser trabajada.

Comunicación emocional

“Estamos constantemente expresando emociones. El hecho de poder identificar las ajenas nos permite adaptarnos mejor e interactuar en función del estado anímico de la otra persona”. Con estas palabras, Rafa Guerrero destacó la importancia de potenciar las estrategias de comunicación emocionales verbales y no verbales.

No obstante, el psicólogo experto en neuroeducación alertó de las potenciales contradicciones que podemos encontrar entre la expresión física y la verbal. Por ello, es importante tratar de ser coherentes ya que para los menores siempre prevalece la conducta, como indica esta frase de la Madre Teresa de Calcuta: “no te preocupes porque tus hijos no te escuchen, te observan todo el día”.

Guerrero recordó que las emociones tienen mucho que ver con otros procesos psicológicos como la percepción o la memoria. Cuando estamos alegres tendemos a recordar aspectos que van en congruencia con esa emoción y ocurre lo mismo con la tristeza o el miedo. Este círculo vicioso puede convertirse en una problemática importante si no sabemos gestionar estas emociones de forma adecuada.

emociones infantiles

Gestión de emociones: rabia, miedo y tristeza

“El miedo es la madre de todas las emociones”, subrayó el psicólogo durante su openclass. Este sentimiento se pone en marcha de manera instintiva y se reactiva cuando estamos ante una situación potencialmente peligrosa.  ¿Qué ocurre cuando nuestras amígdalas cerebrales perciben este miedo? En primer lugar, los niveles de cortisol (conocida como la ‘hormona del estrés’) y de adrenalina se disparan.

Cuando experimentamos mucho miedo no podemos concentrarnos, no podemos tomar decisiones, planificar… en definitiva, no podemos ejecutar ni ser seres pensantes

 

Por su parte, la liberación de adrenalina nos invita a actuar (gritar, salir corriendo, etc…). En ese momento “no somos conscientes de lo que estamos haciendo y de las repercusiones que eso tiene”. Por ello, ¿qué necesita un niño cada vez que percibe peligro? Requiere de un adulto significativo que se haga cargo de ese descontrol, que le regule dándole calma, equilibro y protección para generar oxitocina o la ‘hormona del amor’.

Otra emoción de defensa es la rabia. Este sentimiento se pone en marcha ante situaciones de injusticia o cuando el menor se siente invadido física o psicológicamente. Se activa de manera inconsciente y, como en el caso anterior, hay que legitimar el sentimiento, pero trabajar la conducta asociada a esta emoción (morder, pegar, etc…).

Por último, la tristeza se da con la pérdida (no solo la muerte, puede ser un valor, un plan…). Esta coloca al niño en una situación de duelo que se puede gestionar de manera sana o se puede quedar enquistada, el llamado duelo patológico. Por ello, como en los anteriores casos, es importante legitimar la emoción y trabajar en su autogestión. 

niño triste

Consulta de profesores participantes en la openclass

 

A lo largo de su ponencia magistral, Rafa Guerrero dio paso a diferentes profesionales del ámbito educativo que compartieron sus consultas sobre casos concretos que experimentan cada día en el aula. Estas fueron algunas de sus dudas principales:

  • ¿Cómo trabajar con el alumno que siempre está enfadado en clase? La rabia o la ira son emociones. Lo mejor es legitimarlas y normalizarlas. No hay que juzgarle sino sacar información para saber cuál es la necesidad del menor y qué esta en el fondo del iceberg de ese enfado constante, qué necesidad no está siendo cubierta en casa o en el colegio.
  • ¿Cómo aprenden los niños a reconocer sus emociones? La emoción innata ya está codificada, hay que aprender a expresarla (posición de las cejas, los ojos, la boca…). Podemos ayudar a los menores con un proceso de mentalización e identificación y hacer juegos para que sean conscientes de sus gestos cuando expresan una emoción, de modo que tengan recursos para leer las emociones universales.
  • ¿Cómo influye la mascarilla en el aula de cara a las emociones de los niños? Hay dudas de cómo este elemento va a afectar en la gestión y decodificación de emociones. La percepción visual es fundamental para el ser humano; captamos mucha información del rostro. La situación de pandemia nos impide ver los gestos, aún así los niños miran mucho más a los ojos y a las cejas. Rafa Guerrero expresó que habrá que ver sus consecuencias, pero matizó que “la plasticidad cerebral de los niños es magnífica y espero que esto pueda compensar las dificultades de la falta de información por el uso de mascarillas”.
  • ¿Cómo rebajar la hiperactividad en el aula? Esta es una de las expresiones más frecuentes en los niños y está muy influida por los entornos en los que nos desarrollamos (los adultos viven situaciones de estrés que transmiten a los niños). En la etapa infantil este exceso de actividad es normal ya que los menores aún no son capaces de autogestionarse. Como consejo, se puede hablar con la familia para ver qué mantiene inquieto al menor y tratar de identificar la emoción que experimenta e ir dándole estrategias de autorregulación (respiraciones, meditación…). Aunque la clave es saber la raíz de su hiperactividad y que el profesor sea el regulador, que le calme y le controle.
  • ¿Cómo poner límites a la permisividad? Para generar vínculos sanos hay que tener un correcto equilibro entre la protección y el fomento de su autonomía. “Ese equilibro se encuentra en lo que necesiten los menores, ni más ni menos, ya que una sobreprotección también es una falta de protección”, concluyó Rafa Guerrero.

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