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De la reducción a la acción

Tras un año marcado por diversas catástrofes en España, el mensaje en el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres es claro y contundente: la prevención no es una opción, sino una necesidad vital.  

Entre la celebración de un día dedicado a la precaución y el aniversario de la DANA del 2024 median apenas 16 días.

El 13 de octubre, el mundo conmemora el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres (IDDRR) con el objetivo de minimizar los riesgos derivados de catástrofes y generar una cultura mundial sobre prevención. Este año esta efeméride adquiere un significado especialmente doloroso para España. Dos semanas después, el 29 de octubre se cumple el primer aniversario de un desastre que demostró, con brutal claridad, que la prevención no es una opción, sino una necesidad vital.

Entre la celebración de un día dedicado a la precaución y el aniversario de la DANA del 2024 median apenas 16 días. La proximidad temporal es la oportunidad para transformar la brecha que aún existe entre el conocimiento del riesgo y la capacidad real para su gestión.

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Un año después de aquella tarde fatídica en Valencia, y en pleno debate sobre los incendios forestales del verano y las lluvias torrenciales recientes, es el momento oportuno para recordar la consigna de este año: “Fund Resilience, Not Disasters” (financia la resiliencia, no los desastres). Un llamado a la acción para promover una financiación anticipada e integral, orientada a mitigar las condiciones que aumentan la intensidad y frecuencia de los fenómenos naturales, así como a fomentar medidas de adaptación que eviten que estos eventos se conviertan en desastres con pérdidas significativas.

Una desastrosa tendencia al alza

El IDDRR nos permite recordar que el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030, mediante sus 4 prioridades y 7 metas, se enfoca en que los gobiernos adopten medidas en las tres dimensiones del riesgo de desastres: exposición a amenazas, vulnerabilidad y capacidad, de manera que se pueda prevenir la creación de nuevos riesgos, reducir los existentes y aumentar la resiliencia. Acciones como restaurar ecosistemas, robustecer los sistemas de alertas tempranas multiamenaza, fortalecer la protección social preventiva y establecer estándares de construcciones más resilientes, son apenas un ejemplo que evita concentrar el gasto en la reparación de daños y derivarlo a su prevención.

Los desastres climáticos están aumentando en toda Europa, y su gestión no debe comenzar únicamente cuando la catástrofe ya ha ocurrido. Es fundamental actuar con anticipación, preparando a la población, los medios de vida y los ecosistemas para que, ante fenómenos naturales intensos, las pérdidas sean mínimas y no tengamos que hablar de desastres.

Los eventos recientes en España han sido un espejo de la necesidad de pasar de la reacción a la inversión, construyendo un sistema integral que no solo atienda a la respuesta ante la emergencia, sino sobre todo a crear un territorio y una población menos vulnerable y con mayores capacidades de recuperación.

La paradoja española

España vive atrapada en una dualidad climática extrema. Pasamos de la sequía severa que alimenta incendios devastadores a las lluvias torrenciales. Esta volatilidad no es casualidad, es una clara manifestación del cambio climático. La combinación de vaguadas con vientos húmedos de levante sigue generando episodios de lluvias intensas y potencialmente torrenciales en el Mediterráneo

El cambio climático ha aumentado la frecuencia e intensidad de los fenómenos naturales, lo que genera un impacto significativo sobre todo en las poblaciones más vulnerables, transformándolo en un desastre. Ante esta perspectiva, la inversión no se trata solamente de prevención, sino en un imperativo de futuro para construir una sociedad más segura, resiliente y sostenible sin dejar a nadie atrás.

Por ello, es oportuno que las acciones se dirijan a la protección de los colectivos más vulnerables, siendo las herramientas de educación y formación las más idóneas para comprender los riesgos y actuar en la mitigación de los eventos climáticos y en la adaptación a sus consecuencias.

La inversión en reducción del riesgo

Los datos nos muestran que la inversión en medidas preventivas mitiga las pérdidas produciendo al menos 4€ de beneficio por cada 1€ invertido, convirtiéndose así en una condición necesaria y previa para el desarrollo sostenible en el marco del cambio climático.

La falta de inversión en la reducción puede derivar en el ciclo desafortunado de la repetición-recuperación-respuesta-desastres y aunque ha habido un progreso significativo en la actualización de las inversiones en la reducción del riesgo ex ante en los últimos años, todavía existe un sesgo grave hacia la dependencia de la respuesta, reconstrucción y rehabilitación retroactivas.

Adoptar medidas ex ante es más eficaz que una recuperación posterior a un desastre. Si unimos una financiación contingente a la protección social adaptativa, aumenta la posibilidad de reducción de los costos humanitarios y ofrece a las comunidades los medios para invertir en la reducción de riesgos a largo plazo.

El camino hacia la resiliencia

Destacando la importancia que este Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres tiene para un mundo cada vez más cambiante, es necesario que los gobiernos y los diferentes actores sociales dirijan sus esfuerzos a una cultura preventiva que permita capacitar a la población en la preparación para adoptar medidas tempranas y convirtiéndose en agentes de cambio para lograr comunidades más resilientes.

El lema de este 2025 nos recuerda que la inversión en resiliencia es el camino hacia un futuro de estabilidad, prosperidad y progresos sostenible.

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