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Un proyecto de cooperación se plantea con la intención de provocar una serie de cambios en un lugar y un espacio de tiempo determinados y con unos objetivos concretos.
La gestión de proyectos de cooperación internacional exige seguir un método, unas pautas definidas en las que no hay espacio para la improvisación. El proyecto en sí será el instrumento con el que trabaje todo un equipo multidisciplinar de profesionales, un conjunto de acciones debidamente programadas para lograr los objetivos marcados.
El conjunto de acciones que integra un proyecto de cooperación, cuyas comunidades en las que se van a llevar a cabo o beneficiarios directos están preestablecidas, obligatoriamente tienen asignada una localización geográfica y temporal. Estas circunstancias marcan la diferencia entre un proyecto de cooperación y otras iniciativas que pudieran tener también como meta el desarrollo.
Todo esto conlleva un altísimo grado de responsabilidad, lo que obliga a que la gestión del proyecto sea lo más rigurosa posible, ya desde el nacimiento de la idea, su diseño o la fase de ejecución. Por lo tanto, se exige la aplicación de una metodología específica. La más utilizada en todo el mundo recibe el nombre de Enfoque del Marco Lógico (EML).
Objetivos en la gestión de proyectos de cooperación
En la gestión de proyectos de cooperación, en el diseño del árbol de objetivos y la matriz de planificación aparecerán dos tipos de objetivos: globales y específicos.
- Objetivo global. Su consecución se plantea a largo plazo y puede depender de más de un proyecto. Es el fin principal del proyecto, la razón última por la que este se va a llevar a cabo y el que define al colectivo beneficiario. Fijar un objetivo genérico demasiado ambicioso o poco preciso sería un error.
- Objetivo específico. Será un único objetivo y representa la solución al principal problema de los beneficiarios que debe conseguirse en un plazo de tiempo razonable. Por otra parte, debe contribuir a alcanzar el objetivo global.
El Enfoque del Marco Lógico (EML) en la gestión de proyectos de cooperación internacional
La Agencia de Cooperación Internacional de EE. UU. (USAID) fue la primera en desarrollar el concepto de EML, a finales de la década de los 60-principios de los 70. Desde ese momento, la mayoría de los organismos de cooperación internacional han recurrido a esta herramienta de planificación de proyectos orientada por objetivos, que permite identificar, formular y gestionar el ciclo del proyecto.
El EML es un método de análisis participativo en el que prima especialmente el consenso y entre sus utilidades destacan:
- Promueve y hace posible establecer una línea de comunicación entre los actores implicados.
- Define el fin y la causa o razón de ser del proyecto.
- Somete a un análisis continuo el entorno en el que se va a llevar a cabo el proyecto.
- Reconoce las necesidades reales de información.
- Determina cada uno de los elementos imprescindibles del proyecto.
- Define las cuestiones que nos permitirán comprobar el grado de éxito de las acciones ejecutadas.
Por norma general, el EML divide la gestión de un proyecto en diferentes fases, que a su vez pueden agruparse en tres etapas cuyo orden cronológico sería:
- Planificación: todas aquellas acciones anteriores al momento en el que el proyecto recibe el visto bueno y que van desde el planteamiento de la idea inicial a la búsqueda de financiación para poder desarrollarla.
- Desarrollo: la ejecución de las acciones previstas y su supervisión constante.
- Evaluación: análisis de resultados con el proyecto ya finalizado, con el fin de sacar una serie de conclusiones finales con las que poder abordar nuevas intervenciones.
Atendiendo a esas tres etapas, el EML plantea un total de seis fases:
- Análisis de los actores implicados. Se trata de hacer un diagnóstico de la realidad sobre la que se va a intervenir durante el desarrollo del proyecto, identificando cuáles serán los distintos agentes presentes y sus intereses para establecer un orden de prioridades.
- Análisis de los problemas. Es fundamental identificar cuáles son los problemas del conjunto de beneficiarios del proyecto, diferenciando entre las causas que los originan y sus consecuencias. Aquí podemos recurrir a otra herramienta eficaz, el árbol de problemas.
- Análisis de los objetivos. Identificados los problemas, lo siguiente será diseñar soluciones empleando el árbol de objetivos.
- Análisis de las alternativas. Aplicando criterios realistas, valoraremos las diferentes alternativas para la solución de los problemas, desechando aquellas que el proyecto no pueda afrontar, por falta de recursos. La elección de una u otra debe quedar reflejada en la redacción del proyecto y estar debidamente justificada.
- Aplicación de la Matriz de Planificación. Este nuevo instrumento recoge todos los elementos básicos del proyecto como los objetivos (globales y específicos), los resultados, las actividades, los medios, los indicadores, las fuentes de verificación y las hipótesis.
- Evaluación e identificación de factores externos. Es la última fase, en la que es necesario identificar cuáles son los factores o condicionantes que se escapan al control de la gestión del proyecto, como pueden ser las circunstancias políticas. Tienen capacidad de influir sobre los objetivos, por eso es importante conocerlos para poder elaborar un plan de gestión de crisis.
Medios, resultados y objetivos están estrechamente relacionados en cualquier proyecto. Dependiendo de la correcta gestión de los primeros, se conseguirán unos determinados resultados. Si estos son los adecuados, contribuirán a alcanzar de manera inmediata el objetivo específico y a largo plazo, el objetivo global. Es, entonces, cuando el proyecto habrá logrado los cambios que buscaba. Para ello, también es fundamental la formación específica en cooperación internacional por parte de los participantes en los proyectos.
