El autor pretende en el presente artículo poner de manifiesto una reflexión sobre como la evolución tecnocientífica ha ido progresivamente erosionando los cimientos de un sujeto tradicionalmente instado a representarse en el molde de la idealidad occidental.

Lo que desde una perspectiva psico-filosófica constituye el problema de su disociación interna y, por tanto, un cuestionamiento sobre el vínculo social, desde la perspectiva de la práctica del arte la misma situación tiende a encontrar ciertas soluciones en el potencial relacional o performativo inherente a toda obra de arte.
La autoridad y la identidad conciernen a las diferentes formas que la obra puede tomar y, en consecuencia, a los diferentes modos en que el espectador forma parte de la misma. Se tratará pues de ilustrar como la esencia multidisciplinar de las prácticas artísticas del presente es el reflejo de una evolución del conocimiento a su vez implicada en una cotidianeidad estructuralmente compleja y en donde subyace una potencialidad pictórica susceptible de conformar múltiples realidades.
El desarrollo de la cultura occidental muestra un proceso de desublimación ciertamente visible en los rastros y las huellas que han ido dejando las diferentes prácticas del arte y que, en consecuencia, dan forma a lo que se conoce como Historia del Arte. Podríamos decir que este proceso se dinamiza a partir del Renacimiento y que coincide con la progresiva imposibilidad del individuo para hacer frente a la “separación interna” que dicha evolución representa.
“El desarrollo de la cultura occidental muestra un proceso de desublimación ciertamente visible en los rastros y las huellas que han ido dejando las diferentes prácticas del arte”.
La representación del alma
Resulta significativo constatar como en el transcurso de los cinco últimos siglos los desarrollos económicos, industriales y culturales han paradójicamente implicado la desintegración de la personalidad del sujeto. Parece pues que algo tan primordial como la integridad existencial del individuo se ha visto afectada por lo que Trigant Burrow denomina “la obstrucción de la vida tribal o congenérica del hombre” (Read, H. 1996), o por lo que Michel Foucault (2005) denomina una “representación del alma” operada esta desde sistemas de representación cuya legitimidad y autoridad se sustenta en la lógica de los sucesivos desbloqueos epistemológicos.
“La esencia relacional o participativa que toda obra de arte lleva consigo, se ha ido convirtiendo, progresivamente, en un material de expresión necesario en la medida en que el vínculo social se ha visto degradado por los efectos de la mencionada separación interna”.
Si desde el punto de vista tanto psicológico como filosófico el proceso de desublimación constituye un problema que afecta al encaje del individuo en la realidad que le toca experimentar, desde el punto de vista de la práctica del arte el problema afecta de manera evidente a la noción de autoridad. La esencia relacional o participativa, que toda obra de arte lleva consigo, se ha ido convirtiendo, progresivamente, en un material de expresión necesario en la medida en que el vínculo social se ha visto degradado por los efectos de la mencionada “separación interna”.
En este sentido se puede hablar de una realidad potencialmente presente desde la noche de los tiempos y activa, hoy, en forma de “autoridad compartida”. Esto implica recurrir a modos de socialización en los que poder recuperar una posible unidad primordial que integre al espectador, al autor, al medio social y a la historia que estos conforman. No obstante, dicho movimiento implica una privación que a su vez opera como el desencadenante de diferentes necesidades de expresión, de diferentes discursos, de los diferentes modos en que la realidad puede atropellar al individuo “internamente disociado”.
Así pues, el recurso a la alteridad, al otro, en la práctica del arte se puede entender como una fuga de lo que en términos de ausencia delimita la figura de un individuo “privado” y en consecuencia convertido en materia representable.
En este sentido, se considera la pintura como un medio expresivo conceptualmente válido en la medida en que representa el carácter sustancial de prácticas que no necesariamente se sustentan sobre la materialidad pictórica.
“Se considera la pintura como un medio expresivo conceptualmente válido en la medida en que representa el carácter sustancial de prácticas que no necesariamente se sustentan sobre la materialidad pictórica”.
Efectivamente, el proceso de desublimación, que desemboca en un estado de cosas connotado por la especificidad de la masa, constituye un terreno abonado para el advenimiento de hipotéticas posibilidades de vida. Sin embargo, dicho advenimiento no está exento de la súbita apercepción que implica verse representado en el control de una masa absolutamente accidentada.
Es decir, verse representado y definido por rasgos que denotan no solo el carácter corruptible de nuestra existencia, sino este mismo acentuado y distorsionado por la proliferación de memes viralizados que nos desvían del legítimo presente.
Bibliografía:
- Aristóteles (2019), Metafísica, Libro VII. Madrid, Alianza Editorial.
- Bourriaud, Nicolas (2001), Esthétique relationelle. Dijon, Les Presses du Réel.
- Foster, Hal (2017), Malos nuevos tiempos. Madrid, Akal.
- Foucault, Michel (2005), Surveiller et punir. Naissance de la prison. París, Gallimard, 1975. (ed. cast. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Madrid, Siglo XXI de España, 2005).
- Kuspit, Donald (2006), El fin del arte. Madrid, Akal.
- Lyotard, Jean François (1979), La condition postmoderne. París, Minuit, 1979. (ed. cast. La condición posmoderna. Madrid, Cátedra, 1989).