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Presupuestos estéticos e ideológicos en la escena del siglo XXI

Veinticuatro directores de prestigio internacional son los protagonistas de La escena del siglo XXI, un estudio del profesor José Gabriel López Antuñano, director del Máster Universitario en Estudios Avanzados de Teatro de UNIR, sobre los escenarios actuales, que aúna la descripción y la reflexión personal. Son algunos “de los que, en mi opinión, con su competencia, capacidad, investigación y trabajo han realizado aportaciones al teatro en estos últimos años”, señala López Antuñano.

Veinticuatro directores de prestigio internacional son los protagonistas de La escena del siglo XXI, un estudio del profesor José Gabriel López Antuñano, director del Máster Universitario en Estudios Avanzados de Teatro de UNIR, sobre los escenarios actuales, que aúna la descripción y la reflexión personal. Son algunos “de los que, en mi opinión, con su competencia, capacidad, investigación y trabajo han realizado aportaciones al teatro en estos últimos años”, señala López Antuñano.

El profesor de UNIR recorre los estilos y los presupuestos estéticos e ideológicos de creadores tan relevantes y diversos como Krystian Lupa, Declan Donnellan, Robert Wilson, Thomas Ostermeier, Robert Lepage o Romeo Castellucci. El análisis espectacular sobre la labor de cada uno de estos veinticuatro nombres es el punto desde el que se valora el proceso dramaturgístico con el texto y la narratividad escénica, el diseño del espacio, el sentido de la puesta en escena, el trabajo con los actores y el estudio de los signos.

 

 

 

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Ofrecemos a continuación el prólogo de la obra: 

 

La revista Time en las última semanas de 1999 publicó una relación extensa de las personas que, en los ámbitos de su profesión, marcarían tendencias en el siglo XXI. Un amplio reportaje periodístico, donde se proponían nombres significativos, en líneas generales bastante incontestables, pero a todas luces insuficientes, como la propia nota editorial reconocía. En teatro escogieron a Anatoli Vassiliev. Argumentaban, por la capacidad de renovar la escena mediante un método fundamentado en la tradición que investigaba y aportaba con talento formas innovadoras para la escenificación y la interpretación.

Recuerdo el escepticismo por la contundencia con el que leí la información, aunque semanas antes había asistido a un curso dictado por el director ruso, donde había expuesto con detalle y ejercicios su método, y en el que tuve ocasión de mantener largas conversaciones con él, repetidas en el transcurso de los años. Sin embargo junto al recelo ante una apuesta tan categórica, surgió en mí una inquietud que respondía al titular del artículo de Time: ¿qué directores de escena aportarían e influirían en la escena del siglo XXI? Reflexioné sobre este hecho, repasando espectáculos vistos desde hace años aunque sin llegar a conclusión alguna, y guardé la inquietud en la memoria.

Durante una entrevista en una televisión, hace un par o tres años, me formularon una pregunta parecida: De forma inmediata (el medio lo exige) propuse algunos nombres y breves argumentaciones. Quedaron muchos en el tintero, porque la rapidez del medio, que comprendo, reclamaba pasar a otro tema, pero reavivó en mí esta cuestión y adopté una decisión, expurgar mis notas.

Desde el inicio del milenio ya han transcurrido un buen número de años en los que he presenciado cientos de espectáculos. Algunos me han dejado una profunda huella y de la mayor parte conservo anotaciones, unas vertidas en reseñas o críticas (como se las desee llamar) publicadas en medios de comunicación o revistas especializadas, y otras guardadas en cuadernos o cuartillas sueltas, junto a anotaciones de conversaciones, reuniones u otros actos con los propios directores. Ahora me propongo en las líneas que siguen, escribir sobre algunos de los directores de escena que, en mi opinión, con su competencia, capacidad, investigación y trabajo han realizado aportaciones al teatro en estos últimos años. Por las dimensiones del libro no me extenderé demasiado, pues se trata de una aproximación al estado de la cuestión, sin detenerme de manera exhaustiva en la figura de cada director, del estudio pormenorizado de su técnica o del análisis detenido de cada una de sus escenificaciones, cuestiones que, por otra parte, y lo escribo con satisfacción, ya se empieza a acometer en las universidades.

El primer criterio para elegir a 24 directores de una lista más extensa se imponía por la asistencia personal a un número elevado y significativo de espectáculos, para evitar la emisión de juicios, recogiendo otras opiniones. Por este motivo, pueden echarse en falta importantes directores de escena ligados al viejo continente. Después, por el interés que despertaran en mí, basándome en recuerdos, notas, revisión de algunos vídeos o fotografías y programas de mano o entrevistas con los directores. De aquí han partido las reflexiones que resultan de muy diferente naturaleza, cuando se hacen aisladamente (la escritura acerca de un espectáculo), que al contextualizarse en que al contextualizar el mismo en la poética, y trayectoria global del director, el momento creativo e y la incidencia que aspectos sociales, políticos, estéticos, personales o de otro orden actúan recaen sobre el director en diferentes momentos determinados de su carrera artística.

Se encontrarán en los capítulos que siguen junto a las descripciones y la reflexión personal, la interrupción de la narración con las voces de los protagonistas y de algunos estudiosos del hecho escénico. Adelanto que he manejado las fuentes de los propios interesados con la mayor cautela posible porque, a veces, aclaran conceptos, pero he evitado las justificaciones o las explicaciones sobre el papel de lo que no se ve sobre el escenario, de aquello que permanece velado al espectador y solo responde a intenciones mal resueltas sobre el escenario. Estas declaraciones apoyan algunas afirmaciones personales o ayudan a comentar algunos aspectos de los procesos, pero nada más. Las palabras de otros estudiosos de la escena contemporánea, me han sido útiles para explicar o fundamentar algunos hechos escénicos, cuando he juzgado pertinente recoger con un párrafo ajeno explicaciones clarividentes de fenómenos descritos en sobre la percepción de diferentes espectáculos. Por último, añado que he intentado en estas observaciones alejarme de toda suerte de subjetividad, intentando ocultar mis preferencias o gustos, y aproximarme con pretensión de objetividad. Supongo que lo habré logrado en parte por la dificultad de mantenerse alejado y con asepsia del objeto comentado.

En el presente estudio se percibirán algunas líneas fuertes en el estudio de los directores de escena. En primer lugar destaco la coherencia para escoger un repertorio que refleje su posición ante el mundo y su visión de la existencia, tanto a nivel intelectual y vivencial como de búsqueda de una poética propia, que se trasluce en los espectáculos. Este motivo me permitió sortear un problema inicial ¿cómo escribir sobre el trabajo de un director, cuando en muchas ocasiones una propuesta no sigue una línea de continuidad con las anteriores o siguientes manifestaciones escénicas? Es posible que eso ocurra si se realiza un análisis externo, pero si la reflexión se realiza en profundidad y el director ha trazado con firmeza su una línea de trabajo, los puntos comunes, las experimentaciones fallidas o la evolución encajan sin sobresaltos. Por este motivo, tras una breve presentación del trabajo, el primer epígrafe lo dedico a conocer al hombre que hay detrás del artista, la toma de decisiones y las convicciones, para escoger los títulos.

La perspectiva de las opiniones que vierto, se ofrece desde el análisis espectacular del hecho escénico. Desde este punto observo el proceso dramaturgístico con el texto y la narratividad escénica, el diseño del espacio en su acepción más amplia, el sentido de la puesta en escena, el trabajo con los actores y el estudio de los signos en su relación con la propuesta y significaciones ocultas en un texto dramático, porque el punto de partida arranca de la escena entendida como arte de la composición, no como sucesión de elementos sueltos ensamblados para su presentación. Asimismo, cuando me ha parecido un elemento relevante, señalo algunos aspectos de la recepción y el proceso de comunicación. Sensu contrario, he procurado no escribir de técnicas o procesos (solo las menciono, cuando me perecen importantes para comprender el resultado final), porque he intentado construir este libro desde la butaca del espectador.

Adscribo los 24 directores en seis capítulos, que agrupan estilos. Soy consciente de lo delicado y complicado de estas clasificaciones (y de la incomodidad que provocan a quiénes se encuentran dentro de las mismas), porque además al escribir de algunas notas dominantes en las introducciones de cada parte ejemplifico con espectáculos de directores ya incluidos con anterioridad o que aguardan su momento en este libro. Pese a esta dificultad, me arriesgo en los la tarea de encuadramientos, porque me parece que ayuda a aproximarse y a situar a los artistas de la escena que, por otra parte y para nuestra desgracia, no visitan excesivamente España. Además, estas corrientes marcan presupuestos estéticos e ideológicos, continuación y evolución de puntos de partida con amplio recorrido, o bien el nacimiento de corrientes y estilos, que ignoro su pujanza transcurrido un tiempo. Me alivia, una vez releído el libro, que los acercamientos que propongo a las escenificaciones de los directores, permite libertad de juicio para liberarles de los encasillamientos propuestos.

Una última cuestión, “son todos los que están, pero no están todos los que son y deberían estar”. Líneas arriba he expuesto un motivo, mi oposición a incluir a un director del que no dispusiera a nivel personal elementos suficientes de contraste para un estudio propio, personal. No se trata de un canon de directores, sino de las reflexiones de un espectador que trata de ver hacia dónde y con quiénes (no todos) puede ir la escena del siglo XXI. Por otra parte, he querido ceñirme a territorio europeo, aunque existan dos directores de América del Norte, porque han trabajado mucho en Europa. Este motivo explica que ni haya incluido a otros directores canadienses o norteamericanos que estrenan y renuevan más allá del Atlántico la escena contemporánea. Tampoco escribo de significativos directores de Latinoamérica, porque creo que tanto unos como otros merecen un volumen aparte. Una tercera carencia, no recojo a ningún director español, aunque muchos de ellos tendrían cabida aquí, por tres motivos: el primero, porque creo que son lo suficientemente conocidos en nuestro país y cualquiera que lea las líneas que siguen, tendrá su opinión formada; en segundo lugar, porque reflexionar sobre ellos llevaría a escribir con mayor extensión, para evitar hablar sobre lo obvio; y en último lugar, para evitar los agravios comparativos, a los que somos tan dados en estas latitudes.

  • Teatro

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