Jorge Arana Varona
La reciente inauguración del Gran Museo Egipcio ha intensificado un fenómeno que ya venía resurgiendo con intensidad desde hace años: la egiptomanía. Para la coordinadora del Grado en Historia del Arte, la galería “no es solo un espacio cultural, es un mensaje de orgullo”.

El 26 de noviembre de 1922, Howard Carter contempló por primera vez el tesoro de Tutankamón en el Valle de los Reyes. Aquella imagen, iluminada por la luz de una vela, marcó el inicio de una fiebre mundial por el Antiguo Egipto. El hallazgo no solo reveló la riqueza material de una civilización milenaria, sino que despertó una fascinación que se mantiene viva más de un siglo después.
Desde entonces, la egiptomanía ha atravesado generaciones, adaptándose a los tiempos. Hoy, las redes sociales, los documentales y las exposiciones internacionales han multiplicado el interés por los faraones, las pirámides y los misterios del Nilo. Este fenómeno cultural no es una moda pasajera: responde a una curiosidad profunda por comprender cómo vivían, pensaban y soñaban quienes construyeron una de las civilizaciones más influyentes de la historia.
La reciente inauguración del Grand Egyptian Museum (GEM o Gran Museo Egipcio en español) ha intensificado esta tendencia. Con más de cien mil piezas, se convierte en el mayor espacio dedicado a una única civilización. “Egipto quiere ser quien preserve su pasado”, afirma la arqueóloga Inmaculada Delage, doctora en Arqueología y coordinadora del Grado en Historia del Arte de UNIR.
Un golpe sobre la mesa
La galería egipcia no es solo un centro cultural; se ha convertido en un símbolo de identidad nacional y en la declaración más ambiciosa del país africano hacia el mundo. Este coloso arquitectónico situado a los pies de las pirámides de Guiza proyecta un mensaje claro: Egipto no solo es guardián de su pasado, sino líder en la conservación del patrimonio global.
La inauguración, tras dos décadas de planificación y una inversión superior a mil millones de dólares, marca un antes y un después en la egiptología, el turismo y la diplomacia cultural, consolidando a Egipto como epicentro mundial del legado faraónico.
Sin embargo, la inauguración del GEM no ha estado exenta de debate internacional. La apertura de este coloso ha reavivado una cuestión histórica: ¿deben regresar a Egipto piezas icónicas como la Piedra Rosetta o el busto de Nefertiti? Para Inmaculada Delage, la respuesta no es sencilla: “Hay objetos que fueron obsequios, como el templo de Debod, pero otros se consideran expoliados. El problema es que hablamos de piezas que son símbolos culturales tanto para Egipto como para los países que las custodian”.
La arqueóloga subraya que el nuevo museo desmonta el argumento que durante décadas justificó la permanencia de estos objetos en Europa: la falta de medios para conservarlos. “Hoy Egipto demuestra que puede hacerlo, y lo hace con excelencia”, afirma.
No obstante, Delage advierte que la dimensión política y emocional de estas piezas complica cualquier negociación: “No se trata solo de patrimonio, sino de identidad nacional. Cada objeto cuenta una historia que trasciende fronteras”. Este debate, lejos de cerrarse, se intensifica en un momento en que Egipto reclama su papel como guardián legítimo de su legado.
Entre la ciencia y la leyenda
La egiptomanía actual combina rigor científico y atractivo mediático. Los avances en arqueología y conservación permiten descubrir nuevos datos, mientras las historias sobre Cleopatra, Ramsés o Tutankamón siguen cautivando al público. Como señala Delage, “lo fascinante es que, aunque nos separan siglos, incluso milenios, compartimos inquietudes universales”. Esa conexión explica por qué Egipto continúa siendo un puente entre el pasado y el presente.
La académica insiste en que la clave está en equilibrar la emoción con el rigor: “Queremos evitar el sensacionalismo y asegurarnos de que todo lo que se comunica esté respaldado por estudios sólidos”.
Frente a esa narrativa, la arqueología moderna apuesta por la transparencia y la evidencia científica, sin renunciar al magnetismo que envuelve a figuras egipcias históricas. El reto, según la experta, es “mantener vivo el interés sin distorsionar la verdad histórica”, una tarea que convierte cada hallazgo en un ejercicio de responsabilidad cultural.
Ciencia, colaboración y pasión
Ese compromiso con la verdad histórica se refleja en el trabajo diario de los equipos que excavan en Egipto. En Luxor, el Templo de Millones de Años de Tutmosis III es uno de los escenarios más emblemáticos. Desde 2008, el proyecto dirigido por Myriam Seco desentraña los secretos del Reino Nuevo con una metodología que combina tradición y tecnología. “Cada fragmento cuenta una historia y debemos registrarla antes de que el tiempo la borre”, explica Delage, miembro del equipo desde 2017.
La coordinadora del Grado en Historia del Arte de UNIR describe las campañas como “una carrera de fondo donde la paciencia y la precisión son tan importantes como la pasión”. Las jornadas se dividen entre excavación matutina y documentación vespertina, en un proceso que exige rigor extremo.
Este esfuerzo no se limita a la técnica: también implica cooperación internacional. “Egipto fomenta la participación local, pero la colaboración extranjera sigue siendo clave”, afirma Delage, quien insiste en que el futuro pasa por “trabajar juntos para que el conocimiento fluya en ambas direcciones”.
Este enfoque fue el eje del evento “La arqueología egipcia al descubierto: una conversación desde Luxor”, donde Delage y Seco compartieron en directo los retos y avances del proyecto. Durante la sesión se abordaron cuestiones como la digitalización de hallazgos, la protección frente al turismo y el impacto del cambio climático en los monumentos.
Más allá de la técnica, el evento puso en valor la dimensión humana de la arqueología. “Es duro, pero gratificante”, confesó, recordando que cada campaña implica meses de trabajo intenso, lejos de casa, en condiciones extremas. Sin embargo, la recompensa es inmensa: contribuir a preservar uno de los patrimonios más valiosos de la humanidad. “No buscamos tesoros, buscamos conocimiento. Cada hallazgo es una pieza más para entender quiénes somos y de dónde venimos”, cerró Delage.
- Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades






