Verónica López Fernández
La inclusión plena requiere eliminar barreras visibles e invisibles, garantizar apoyos continuos y transformar la educación para que la diversidad sea valorada como riqueza común, impulsando autonomía y participación en todos los ámbitos sociales y culturales.

Cada 3 de diciembre se conmemora el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, una iniciativa de Naciones Unidas que busca promover la dignidad, los derechos y la inclusión de este colectivo. Más que una fecha simbólica, esta conmemoración invita a reflexionar sobre los avances logrados y las barreras aún presentes —físicas, digitales, sociales y actitudinales— que limitan la participación y la autonomía. Nos recuerda que la discapacidad no reside en la persona, sino en un entorno que no siempre se adapta a su diversidad.
En esta jornada debemos resaltar tres dimensiones esenciales. Primero, la necesidad de seguir sensibilizando y visibilizando la realidad de las personas con discapacidad. Segundo, comprender que sin inclusión educativa no existe inclusión social. Finalmente, la urgencia de defender sus derechos, su autonomía y capacidad de decisión.
Durante mucho tiempo, la discapacidad se entendió desde modelos centrados en el déficit. Hoy sabemos que las principales dificultades surgen de barreras externas, como las metodológicas, comunicativas, tecnológicas o culturales, que limitan la participación. Cuando el entorno es accesible y respetuoso, la autonomía y la implicación aumentan.
Por ejemplo, en la discapacidad cognitiva, ofrecer apoyos adecuados favorece la comprensión, la toma de decisiones y el aprendizaje significativo. Sin embargo, en muchos contextos aún se prioriza la homogeneidad, como si todos debieran aprender igual. La inclusión exige respetar los ritmos, estilos y necesidades de cada estudiante. Por ello, debe personalizarse.
Barreras invisibles y diversidad
Uno de los mayores desafíos sigue siendo la invisibilidad de muchas discapacidades. La sociedad tiende a asociarlas con elementos visibles como una silla de ruedas, un audífono o un bastón, obviando aquellas que no son perceptibles a simple vista, como las cognitivas o relacionadas con la salud mental. Visibilizarlas es reconocer la diversidad y entender que la accesibilidad no es un favor, sino un derecho.
La escuela debe ser un reflejo de la sociedad, pues es el primer espacio donde se define si avanzamos hacia la inclusión o la segregación. Aunque España ha progresado en legislación, transformar los principios en prácticas reales sigue siendo un reto, debido a la falta de recursos, formación docente y una cultura escolar que aún prioriza la uniformidad. La inclusión requiere compromiso, innovación pedagógica y un cambio cultural profundo.
Queremos aprovechar esta ocasión para explicitar otro desafío: la continuidad de los apoyos cuando sean pertinentes. A menudo se reducen conforme el alumnado avanza, bajo la idea de que ya no los necesita. Las transiciones educativas son momentos críticos que exigen coordinación entre docentes y familias para evitar retrocesos. En este sentido, los apoyos necesarios no deben desaparecer, pues son clave para crear un entorno que promueva la participación.
Actitud y recursos inclusivos
En ocasiones se aprecia que, tanto en la sociedad como en las aulas, la discapacidad se aborda desde la perspectiva de la carencia. No se pone el foco en que representa diversidad y diferentes modos de percibir el mundo.
Por ejemplo, ante la discapacidad auditiva, la escuela debe valorar la diversidad comunicativa, ofrecer información en varios formatos y usar recursos como la lengua de signos, el braille, o el subtitulado. Más allá de los medios, lo esencial es la actitud empática y respetuosa.
En definitiva, esta conmemoración es una llamada a la acción colectiva, porque queda mucho por hacer: sensibilizar, eliminar barreras y construir una sociedad donde la diversidad sea reconocida como una riqueza común. Solo avanzaremos si lo hacemos juntos, acompañando también a las familias y no dejándolas solas en este proceso.
Debemos usar todos los recursos disponibles, incluida la tecnología emergente, cuando refuerce la inclusión y la atención a las necesidades, garantizando que puedan decidir sobre su vida. La inclusión será plena cuando dejemos de decidir por ellas y empecemos a decidir con ellas.
(*) Verónica López Fernández. Directora académica del Máster en Educación Especial de UNIR y el Profesorado de las Asignaturas de Discapacidad del Máster Universitario en Educación Especial.
- Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades






