Laura Melissa Salazar/ Gina Pacheco Brito
Las autoras escriben un artículo basado en su TFM de UNIR en Cooperación Internacional al Desarrollo, sobre el potencial del arte comunitario como herramienta estratégica en proyectos orientados a la justicia social, la resiliencia y el fortalecimiento del tejido social.

El presente artículo es producto del trabajo final del Máster en Cooperación Internacional al Desarrollo: Gestión y Dirección de Proyectos, titulado “Arte y resiliencia en la comunidad latinoamericana migrante en la ciudad de Filadelfia: un estudio sobre la representación de las condiciones de vida de la población migrante a través del arte comunitario”.
Esta investigación surge del interés por explorar cómo las prácticas artísticas colectivas pueden contribuir a la transformación social, la inclusión y la defensa de derechos en contextos de movilidad humana forzada. Más allá de centrarse en una experiencia cultural localizada, el estudio se inserta en los debates contemporáneos sobre desarrollo humano, migración por causas estructurales y estrategias de inclusión social. Así, se propone una reflexión sobre el potencial del arte comunitario como herramienta estratégica dentro de proyectos orientados a la justicia social, la resiliencia y el fortalecimiento del tejido social en comunidades migrantes.
Como punto de partida se toma el rol del arte comunitario como una herramienta de resiliencia, empoderamiento y reconstrucción identitaria en las poblaciones migrantes latinoamericanas asentadas en la ciudad de Filadelfia. Con un enfoque educativo para el desarrollo y derechos humanos, se analizan las prácticas artísticas colectivas que, lejos de ser meramente expresivas, se configuran como estrategias de resistencia frente a narrativas anti-inmigrantes y estructuras de exclusión social. Filadelfia, caracterizada como ciudad santuario en Estados Unidos; históricamente receptora de diversas olas migratorias, constituye un territorio simbólico donde convergen memorias, desarraigos y procesos de reterritorialización cultural.
A partir de un estudio cualitativo con componentes cuantitativos, sustentado en encuestas y entrevistas semiestructuradas, se analizan los impactos del arte comunitario como práctica pedagógica situada en contextos migratorios. La población seleccionada está compuesta por personas migrantes residentes en la ciudad de Filadelfia, sin distinción de edad, género, estatus migratorio, nivel educativo o situación socioeconómica, siendo el único criterio de inclusión el haber vivido un proceso migratorio.
La muestra cuantitativa incluyó a 15 personas encuestadas que han participado en actividades artísticas comunitarias. De forma complementaria, se realizaron entrevistas en profundidad a cuatro personas distintas, activamente comprometidas con estas prácticas: líderes comunitarios, facilitadores culturales y promotores de talleres artísticos que han desempeñado un rol central en la creación y sostenimiento de espacios de participación colectiva. Sus testimonios ofrecen una visión crítica sobre escenarios prospectivos del gobierno de turno y situada sobre el potencial del arte como herramienta de resiliencia, cohesión social y afirmación identitaria en contextos marcados por la movilidad forzada y la exclusión.
Como resultado de la indagación, se comprobó que más que una manifestación estética, el arte se posiciona como una pedagogía para la justicia social, un lenguaje político que interpela moviliza y dignifica. En tiempos de creciente hostilidad hacia la población inmigrante, estas prácticas culturales constituyen espacios de afirmación identitaria y transformación social, reafirmando que la creatividad colectiva puede ser un acto radical de resistencia y humanidad compartida.
La historia de Karen. Instalación en la escalinata del Capitolio, Harrisburg, Pensilvania. Foto: Colibri Workshop (parte del original).
A través del análisis de experiencias artísticas desarrolladas en Filadelfia, se ha evidenciado cómo las prácticas culturales permiten construir sentidos de pertenencia, memoria y resistencia, articulando dimensiones emocionales, políticas y educativas que impactan directamente en el bienestar de las personas migrantes.
Uno de los hallazgos más significativos es que la cultura comunitaria está profundamente conectada con formas de resiliencia, dignificación y vinculación colectiva. Esta conexión trasciende lo estético y se inscribe en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), particularmente en lo relacionado con la igualdad de género, la educación de calidad y las alianzas para el desarrollo. El arte no sólo representa a las comunidades migrantes, sino que las moviliza políticamente al generar espacios seguros para expresar sus historias, demandar derechos y transformar imaginarios sociales.
Las mujeres migrantes, en particular, han encontrado en el arte un vehículo de empoderamiento y autoafirmación. Las expresiones plásticas, el teatro de la memoria y las prácticas performativas han permitido denunciar violencias estructurales, desafiar roles de género y crear redes de cuidado.
En el campo educativo, los proyectos de arte colaborativo entre migrantes y comunidades locales han potenciado procesos de alfabetización cultural y aprendizaje intercultural, promoviendo la cohesión social y la superación de barreras lingüísticas. Así, el arte opera como mediador pedagógico y canal para la inclusión, facilitando el reconocimiento mutuo y el diálogo. El teatro comunitario bilingüe y los murales colaborativos han sido especialmente eficaces en este sentido, amplificando las narrativas migrantes ante audiencias más amplias y promoviendo un enfoque de derechos humanos desde la creatividad.
Desde una perspectiva institucional, se han identificado importantes avances en Filadelfia, donde diversas organizaciones han promovido marcos normativos y políticas públicas que reconocen al arte como una herramienta para la integración y la justicia social. Entidades como la Oficina de Asuntos de Inmigrantes, Community Legal Services, ACLU y The Forman Arts Initiative articulan esfuerzos para proteger los derechos de los migrantes, generar acceso a recursos legales y fomentar prácticas culturales con enfoque intercultural y de género.
Muestra del arte comunitario que realizan mujeres migrantes en Filadelfia.
No obstante, el análisis también evidencia tensiones persistentes. Si bien se han logrado procesos de empoderamiento y transformación, ciertas generaciones migrantes, especialmente las más adultas, siguen enfrentando exclusión, racismo y precarización. El arte, en este contexto, también opera como archivo de memoria viva, donde se resguardan los relatos de dolor, lucha y resistencia, evitando la amnesia social que invisibiliza las contribuciones y sufrimientos de estas comunidades.
Las recomendaciones de los artistas involucrados en estos procesos subrayan la necesidad de mayor inversión en cultura desde un enfoque territorial y comunitario, el fortalecimiento de las redes de colaboración entre artistas migrantes y locales, y la institucionalización de prácticas artísticas con enfoque de derechos. Proponen crear políticas públicas que reconozcan formalmente al arte como motor de inclusión, así como ampliar el acceso a formación artística, recursos financieros y plataformas de visibilidad para creadores migrantes. También insisten en incorporar el arte comunitario en las estrategias de desarrollo urbano y en los sistemas educativos, no como actividades complementarias, sino como componentes fundamentales del desarrollo humano sostenible.
Para concluir, esta investigación permite afirmar que el arte comunitario no solo refleja las realidades migratorias, sino que las transforma activamente. En él confluyen memoria, lucha, afecto y agencia política. El arte resignifica el sufrimiento y lo convierte en acción colectiva; da voz a quienes han sido históricamente silenciados y construye puentes entre territorios de origen y de acogida.
En su dimensión más profunda, el arte es resistencia: una forma de reivindicar la dignidad, de reconstruir identidades fracturadas por el desarraigo y de imaginar futuros posibles desde el color, el movimiento y la palabra. En contextos de movilidad humana, el arte no es un lujo para decorar: es una necesidad vital, un acto de justicia simbólica y una herramienta concreta para la transformación social.
(*) Laura Melissa Salazar y Gina Pacheco Brito son egresadas en el MU en Cooperación Internacional al Desarrollo: Gestión y Dirección de Proyectos de UNIR.
Gina Pacheco Brito (gina@vamosjuntos.org) es licenciada en Artes Visuales por la Universidad de Cuenca, Ecuador. Actualmente educadora, artista visual y gestora comunitaria, cuya labor se orienta a la defensa de los derechos humanos y al desarrollo de iniciativas artísticas y de salud mental dirigidas a comunidades migrantes.
Laura Melissa Muñoz Salazar (lauramunoz@esap.edu.co.), profesional en Administración pública por la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP), Colombia. Trabaja en el área de Sostenibilidad de C.I. Uniban impulsando iniciativas orientadas al desarrollo sostenible, al valor compartido en toda la cadena de suministro y al comercio justo en el sector bananero de Colombia.
- Facultad de Artes y Ciencias Sociales