Alfredo A. Rodríguez Gómez
En un mundo marcado por conflictos y tensiones, Europa se plantea si puede seguir dependiendo de aliados externos o si ha llegado el momento de consolidar una defensa común, eficaz y autónoma. La seguridad del continente podría depender de su capacidad para actuar con una sola voz.

La idea de un ejército europeo no es nueva. Desde los albores de la integración tras la Segunda Guerra Mundial, visionarios como Jean Monnet y Robert Schuman imaginaron una Europa unida no solo en lo económico, sino también en lo político y, en última instancia, en lo militar.
A pesar de los pasos importantes dados en materia de integración, la defensa europea continúa siendo un ámbito fragmentado, dependiente en gran medida de la OTAN y, en particular, de Estados Unidos. En un mundo cada vez más incierto, la pregunta resurge con fuerza: ¿es hora de avanzar decididamente hacia la creación de un ejército europeo?
El contexto geopolítico actual
La invasión rusa de Ucrania en 2022 fue un punto de inflexión que reavivó con urgencia el debate sobre la autonomía estratégica de Europa. La guerra ha puesto en evidencia tanto la importancia de contar con capacidades de defensa creíbles como la vulnerabilidad de depender excesivamente de aliados externos. A ello se suman otros factores preocupantes: la imprevisibilidad creciente de la política exterior estadounidense, las presiones migratorias en las fronteras sur del continente, los ciberataques, la desinformación y el resurgimiento de conflictos en regiones vecinas.
Europa se enfrenta así a un entorno de seguridad complejo, multidimensional y en rápida evolución. En este contexto, la necesidad de una defensa común más eficaz y autónoma se vuelve cada vez más evidente. La cuestión ya no es solo técnica o presupuestaria, sino profundamente política: ¿puede Europa defender su modelo de sociedad y sus intereses sin una capacidad propia de actuación militar coordinada?
Ventajas de una fuerza común
El establecimiento de un ejército europeo no es solo una aspiración simbólica, sino una propuesta con ventajas tangibles en términos estratégicos, operativos y políticos. Entre ellas, destacan las siguientes:
1. Eficacia y racionalización
Actualmente, los países de la UE gastan colectivamente más de 200.000 millones de euros anuales en defensa, lo que convierte al bloque en el segundo mayor presupuesto militar del mundo, solo por detrás de Estados Unidos. Sin embargo, esta inversión se traduce en una eficacia limitada, debido a la duplicación de capacidades, la fragmentación de los sistemas de armas y la falta de interoperabilidad entre ejércitos nacionales.
Un ejército europeo permitiría consolidar recursos, eliminar redundancias y fomentar economías de escala. Esto implicaría, por ejemplo, una reducción en la variedad de modelos de armamento (hoy existen más de una docena de tipos de tanques y aviones distintos en la UE), una mejora en la movilidad militar intraeuropea y una formación conjunta más eficiente. La racionalización del gasto no solo significaría más capacidades militares con menos recursos, sino también una mayor coordinación en adquisiciones y desarrollo tecnológico.
2. Autonomía estratégica
Uno de los objetivos fundamentales de la defensa europea es alcanzar una autonomía estratégica real, entendida no como oposición a la OTAN, sino como capacidad de actuar cuando los intereses de Europa no coincidan plenamente con los de Estados Unidos u otros aliados. La experiencia reciente ha demostrado que la alineación con Washington, aunque sólida, no es incondicional ni permanente.
La retirada unilateral de tropas estadounidenses de Afganistán, los cambios en las prioridades de defensa de EE. UU. hacia Asia-Pacífico, y la creciente rivalidad sino-estadounidense, invitan a Europa a prepararse para escenarios en los que deba actuar por su cuenta o liderar coaliciones regionales. Una fuerza común daría a la UE la capacidad real de gestionar crisis en su vecindad inmediata —como el Sahel, los Balcanes o el Mediterráneo Oriental— sin depender exclusivamente de fuerzas externas.
3. Unidad política y proyección internacional
Más allá de los aspectos operativos, un ejército europeo tendría un alto valor simbólico y político. Representaría un salto cualitativo en la integración europea, y una afirmación clara de la voluntad de los Estados miembros de compartir soberanía en un ámbito tan sensible como el de la defensa.
Tal fuerza común proyectaría una imagen más coherente y robusta de Europa en el escenario internacional. En lugar de veinte voces disonantes, habría una posición común respaldada por capacidades militares creíbles, lo que permitiría a la UE ejercer una diplomacia más influyente y ser vista como un actor global en términos de seguridad. En un mundo multipolar, la unidad en defensa sería una expresión tangible de la identidad europea compartida.
PESCO: el embrión de una defensa común
La Cooperación Estructurada Permanente (PESCO), lanzada en 2017, ha sido uno de los pasos más relevantes en la construcción de una arquitectura de defensa europea más integrada. Este marco legal, dentro de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) de la UE, permite a los Estados miembros colaborar en proyectos específicos con compromisos vinculantes.
Hasta la fecha, PESCO ha impulsado más de 80 proyectos, abarcando áreas como ciberdefensa, vigilancia marítima, movilidad militar, inteligencia artificial y drones. La participación de 26 Estados miembros demuestra un amplio consenso político, aunque los resultados todavía distan de ser transformadores.
Retos y perspectivas futuras
Pese a sus avances, PESCO ha sido criticada por su lentitud, burocracia y falta de ambición operativa. Muchos proyectos carecen de coordinación o impacto tangible. La ausencia de liderazgo político claro y las reticencias de algunos gobiernos a ceder soberanía siguen siendo obstáculos importantes.
Sin embargo, la nueva fase 2025–2029 promete introducir reformas estructurales: priorizar capacidades críticas, mejorar la conexión con el Fondo Europeo de Defensa, establecer indicadores verificables y consolidar un enfoque más operativo.
El futuro de la defensa europea no está asegurado, pero los fundamentos están en construcción. Lo que se requiere es una voluntad política sostenida y la capacidad de trascender intereses nacionales en favor de una estrategia común.
¿Un futuro posible?
El camino hacia un ejército europeo será largo y estará plagado de obstáculos técnicos, políticos y culturales. No obstante, si Europa desea desempeñar un papel geopolítico autónomo y defender sus valores e intereses con credibilidad, no podrá evitar este debate. Un ejército europeo no es un fin en sí mismo, sino el medio para garantizar la seguridad, estabilidad y relevancia de la Unión en un mundo cada vez más incierto.
Como en tantos otros ámbitos, Europa debe decidir si desea ser un actor o un espectador. La defensa de su futuro dependerá, en gran medida, de su capacidad para actuar unida.
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