Yolanda López López
En una era dominada por algoritmos, influencers y opiniones fugaces, la crítica cultural enfrenta el reto de sostener el pensamiento profundo. Más allá del gusto personal, se requiere análisis riguroso, contexto y conocimiento para comprender verdaderamente el arte y su impacto.

En el contexto actual, la crítica cultural enfrenta numerosos retos que van más allá de la simple apreciación subjetiva de una obra. La importancia de una argumentación sólida y un conocimiento teórico y práctico profundo sobre la expresión artística resulta fundamental.
Ya sea una película, una obra literaria, un proyecto expositivo, una pieza musical o una producción escénica, el crítico especializado debe ser capaz de situar la obra en su contexto de producción y desarrollo. El experto tiene la obligación de ofrecer una perspectiva que trascienda el mero gusto personal. Este enfoque permite un análisis más riguroso y una comprensión más completa de la obra.
La figura del crítico se diferencia por la capacidad de ensanchar la creación al relacionarla con otras, situarla dentro del ecosistema que se produce, atisbar elementos rupturistas u observar los márgenes de las corrientes predominantes. Todo ello con el conocimiento de la historia del propio medio, de la evolución del lenguaje artístico, en un complejo equilibrio entre el saber de dónde se viene, el constatar que no hay nada nuevo bajo el sol, el calibrar sus consecuencias y el asumir que cada generación cuenta con sus propias claves. Un testimonio omnisciente, una lúcida mediación.
Opinar no es reflexionar
En contraste con lo anterior, los nuevos modelos de promoción, las recomendaciones basadas en algoritmos y/u opiniones de influencers en redes, aunque útiles para identificar tendencias, carecen de la profundidad analítica (en tiempo y espacio) para ofrecer explicaciones razonadas. Con la llegada de internet nuestra condición como emisores, receptores e incluso prosumidores es evidente, pero como ya matizaba Platón (2004) en La República: “la posibilidad de opinar no es sinónimo de reflexionar”.
La distancia entre doxa (opinión) y episteme (conocimiento) sigue presente. Vivimos en tiempos donde cada comentario es tratado como una verdad absoluta y en ocasiones olvidamos que no todas las opiniones son fruto del conocimiento fundamentado. Del mismo modo, algunas dinámicas enraizadas en el marketing digital se centran en la popularidad y las modas del mercado, dejando de lado la experimentación, la sorpresa y la innovación que caracterizan las obras más vanguardistas.
La crítica cultural debe resistir la tentación de seguir ciegamente la dictadura del like y, en su lugar, fomentar un espacio donde se valore la diversidad y la riqueza de propuestas, independientemente de su acogida inicial en la sociedad del consumo más vil. En la época en la que lo mainstream y la viralización amenazan con devorarlo todo a su paso, conviene escuchar ecos e influencias y contextualizar la lectura de los productos más allá de la tiranía algorítmica.
Hijos de un tiempo fragmentado
A ello se une el impacto de las tecnologías y la digitalización en nuestras destrezas cognitivas: una disminución en la capacidad de atención, la lectura profunda y el pensamiento crítico que empobrece y distorsiona nuestro desarrollo intelectual y cultural.
Nicholas Carr (2011) advertía ya hace tres lustros cómo la constante exposición a información fragmentada y superficial on-line reconfiguraba nuestras mentes para procesar información de manera rápida y superficial. Neurocientíficos, psicólogos e investigadores han seguido sumando sus voces para alertar sobre la simplificación excesiva de los medios y la reducción de la capacidad crítica como individuos.
Recientemente, Johan Hari (2023) ahondaba cómo una población que no puede prestar atención de manera sostenida está menos capacitada para participar en procesos democráticos y tomar decisiones informadas con una evidente disminución en la calidad del debate público. Todo ello redunda, cómo no, en la capacidad y percepción ante los hechos artísticos, su interpretación y análisis.
En una sociedad fragmentada en microcomunidades que acceden a los contenidos a través de determinadas redes, la falta de un relato “oficial” puede potenciar la pérdida de perspectiva. La democratización de la voz ha diluído también cierta autoridad crítica. En ocasiones, estos grupos de público centrados únicamente en sus intereses particulares pierden la exposición a narrativas más amplias y diversas. Así se deriva en un quebrantamiento del panorama cultural donde cada comunidad vive en su propia burbuja, ajena a otros enfoques y experiencias.
Guy Debord (1976) ya nos había advertido: “vivimos en un mundo donde el entretenimiento no solo se trata de una forma de ocio, sino de un mecanismo de control”. Los análisis de Adorno y Horkheimer (1987) delataban cómo la cultura de masas transformaba el arte en un producto diseñado para distraer y no para provocar un pensamiento crítico. No podemos negarlo, estábamos avisados. Es crucial, por tanto, que la crítica cultural recupere su papel de guía y mediadora, proporcionando las herramientas necesarias para que el espectador pueda apreciar y valorar las obras en toda su complejidad.
Lectura crítica y profunda
Es indudable, la atención fraccionada dificulta la formación de un pensamiento crítico. Como espectadores, perdemos el contexto imprescindible para una comprensión más amplia y profunda de las obras artísticas. Del mismo modo, si nos vemos abocados a consumir con prioridad bajo la premisa de lo rápido, lo cómodo y lo entretenido nos estaremos debilitando y empobreciendo…
Iniciativas como el Manifiesto de Liubliana de 2023 evidencian la necesidad de promover una actitud menos pasiva ante las obras culturales, y cómo el esfuerzo y la dedicación revierten en frutos de goce cualitativo. Dicho documento resalta la importancia de la lectura profunda y crítica en la era digital, no solo como herramienta para adquirir información, también para desarrollar un juicio crítico, meditado y maduro.
Una oferta cultural diversa y un público atento a proyectos de diferente calado contribuiría a modificar el panorama. De ahí el papel del crítico vuelve a ser capital, no solo evaluando, recomendando desde la experiencia y el conocimiento, también desde un análisis más profundo sobre la representación, el poder y la resistencia. Porque, si el entretenimiento se transforma en norma y el pensamiento en excepción, ¿seguimos siendo realmente libres?
(*) Yolanda López López. Doctora en Historia del Arte, Máster en Edición y Postgrado en Arte Dramática. Experta en Gestión Cultural con una dilatada experiencia tanto en instituciones públicas como privadas. Investigadora especializada en el medio cinematográfico
Referencias bibliográficas
Adorno, T. y Horkheimer, M. (1987). Dialéctica del iluminismo. Sudamericana.
Carr, N. (2011). Superficiales: lo que internet está haciendo con nuestras mentes. Taurus.
Debord, G. (1976). La sociedad del espectáculo. Castellote.
Hari, J. (2023). El valor de la atención. Ediciones Península.
Manifiesto de Liubliana sobre la lectura: Por qué es importante la lectura de alto nivel (s.f.). https://readingmanifesto.org/
Platón (2004). La República. El Cid Editor. https://doi.org/10.1234/abcd
- Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades