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Cómo validar tus emociones y tu experiencia con el dolor

Dar fuerza o firmeza a alguien es una necesidad clínica y humana. En el contexto del dolor crónico, donde muchas veces no hay cura definitiva, reconocer el sufrimiento con respeto, empatía y sin juicio puede ser uno de los gestos más terapéuticos que existen.

El profesional de la salud debe acompañar, crear un vínculo de seguridad y respetar el ritmo del paciente.

Vivir con una enfermedad de dolor crónico, como por ejemplo la fibromialgia, es una experiencia que va mucho más allá del sufrimiento físico. Muchas personas se enfrentan no solo al reto diario del dolor, sino también a la incomprensión de su entorno, la desconfianza del sistema médico e incluso la autocrítica. “¿Será que estoy exagerando?”, “¿Y si todo está en mi cabeza?”. Estas dudas debilitan su autoestima y agravan el sufrimiento.

En este contexto, validar las emociones y la experiencia del dolor se vuelve un acto esencial de cuidado y reconocimiento, tanto desde la propia persona como desde los profesionales de la salud. La validación de lo que uno siente, tanto física como mentalmente, es un paso esencial para el bienestar y el manejo del dolor. No se trata de aceptar el dolor sin hacer nada, sino de darle un lugar legítimo en la vivencia de la persona, para construir desde ahí herramientas de afrontamiento, respeto y dignidad.

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El impacto de la invalidez emocional en el dolor crónico

En la práctica clínica, es común observar que muchos pacientes con fibromialgia, fatiga crónica u otras enfermedades invisibles han recibido mensajes que minimizan o cuestionan su experiencia: “Es estrés”, “es psicológico”, “estás somatizando”. Estos discursos invalidantes no solo generan sufrimiento emocional, sino que tienen efectos reales sobre la percepción del dolor, la adherencia a tratamientos y la relación terapéutica.

Las personas que se sienten escuchadas y validadas tienden a mostrar una mejor adaptación emocional al dolor. La invalidez emocional puede hacer que el paciente se sienta culpable, incomprendido o aislado. En cambio, cuando validamos las emociones (tristeza, rabia, miedo, frustración) permitimos que la persona se sienta escuchada y legítima en su vivencia, lo que contribuye a disminuir la tensión emocional asociada al dolor. La validación no elimina el dolor, pero sí reduce el sufrimiento añadido que proviene de sentirse incomprendido y juzgado. La validación es una herramienta terapéutica poderosa, que no exige soluciones inmediatas, sino una presencia empática y abierta.

¿Qué significa validar y cómo se hace?

Validar no es sinónimo de estar de acuerdo con todo. Validar es reconocer que lo que la persona siente es real para ella, que tiene sentido dentro de su historia y merece ser nombrado sin juicio. Es decirle (o decirnos): “Es comprensible que te sientas así”, “tiene sentido que te duela”, “no estás exagerando”. En el caso de enfermedades como la fibromialgia, donde el dolor puede ser invisible para los demás y difícil de explicar, aprender a validar nuestras emociones y experiencias puede marcar una gran diferencia en cómo convivimos con la enfermedad.

 

En la consulta clínica, esto puede aplicarse con gestos sencillos: escuchar sin interrumpir, evitar frases que minimicen (“no te preocupes, no es para tanto”), hacer preguntas abiertas (“¿cómo te afecta esto en tu día a día?”), y también mostrar interés genuino por la experiencia del paciente. A nivel personal, implica aprender a notar nuestras propias emociones, ponerles nombre, darles espacio y dejar de luchar contra ellas como si fueran enemigas.

Recursos y estrategias prácticas para pacientes

Para quienes viven con dolor crónico, aprender a validar sus emociones puede ser un camino hacia una mayor autocompasión. Algunas estrategias útiles incluyen:

  • Nombrar la emoción: Ponerle nombre a lo que sientes (“siento rabia”, “me siento sola”) ayuda a darle un lugar a esa emoción. No se trata de analizarla, sino simplemente de reconocerla.
  • Diarios emocionales o de dolor: anotar cada día cómo te sientes, qué emociones surgen y cómo se relacionan con tu dolor físico.
  • Técnicas de mindfulness: ayudan a observar el dolor y las emociones sin juicio, desde una atención amable y presente.
  • Psicoeducación en terapia: conocer cómo el sistema nervioso procesa el dolor y cómo las emociones influyen en esa percepción, ayuda a resignificar la experiencia.
  • Evitar la autocrítica: En lugar de pensar “no debería sentirme así”, intenta decirte “es comprensible que me sienta así, considerando lo que estoy viviendo”.
  • Grupos de apoyo: compartir la vivencia con otras personas con enfermedades similares refuerza la validación mutua y rompe el aislamiento.

También es importante el rol del profesional de la salud: crear un vínculo de seguridad, respetar el ritmo del paciente y no buscar solo “arreglar” el dolor, sino acompañar en el proceso de convivencia con él. La validación no elimina el sufrimiento, pero sí puede aliviar la carga emocional que lo acompaña.

Validar para cuidar

Validar las emociones y la experiencia de dolor es una necesidad clínica y humana. En el contexto del dolor crónico, donde muchas veces no hay cura definitiva, reconocer el sufrimiento con respeto, empatía y sin juicio puede ser uno de los gestos más terapéuticos que existen. Porque cuando una persona se siente comprendida, su dolor encuentra un espacio más habitable, y con él, una posibilidad de vivir con mayor dignidad.

(*) Lidia Amaro Díaz es psicóloga sanitaria de Centro de Logopedia y Psicología ‘Voces y Palabras’ de Andújar y estudiante de doctorado en Psicología en la Universidad de Jaén en el Departamento de Psicología Aplicada al Ámbito Clínico y de la Salud, enfocada al estudio del dolor crónico y el síndrome de la fibromialgia.

  • Facultad de Ciencias de la Salud

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