Alfredo A. Rodríguez Gómez
La mayor isla del planeta es el tablero donde se juega una nueva partida geopolítica global. En el punto de mira de Trump y deseada por otras grandes potencias, su importancia tiene que ver con la defensa y las comunicaciones, el control del tráfico marítimo, los minerales raros y las tecnologías del futuro.

Groenlandia, la isla más grande del mundo, se ha convertido en un punto neurálgico del tablero geopolítico global. Bajo su inmenso manto de hielo se ocultan recursos naturales estratégicos que están atrayendo la atención de potencias como Estados Unidos, China y Rusia. Pero más allá de sus riquezas minerales, su ubicación geográfica la convierte en una pieza clave en la nueva configuración del Ártico.
Países interesados en la isla
Estados Unidos, China y Rusia son los principales actores que han mostrado un creciente interés en Groenlandia. Estados Unidos busca mantener su influencia estratégica y militar en el Ártico, especialmente a través de la base de Thule. China, por su parte, está interesada en acceder a minerales estratégicos y en participar en proyectos de infraestructura, como parte de su iniciativa de la Ruta de la Seda Polar. Rusia, con una fuerte presencia en el Ártico, busca ampliar su control sobre rutas marítimas y recursos naturales. Este interés internacional refleja la creciente competencia por el control del Ártico.
Situación geoestratégica
Desde la Guerra Fría, Groenlandia ha sido un enclave militar de gran valor. Lo evidencia la mencionada base aérea de Thule, operada por Estados Unidos, en un ejemplo claro de su importancia para la defensa y vigilancia del hemisferio norte.
Hoy, con el deshielo acelerado del Ártico, Groenlandia se encuentra en el centro de nuevas rutas marítimas que podrían redefinir el comercio global. El paso del Noroeste y la Ruta del Mar del Norte son cada vez más accesibles, lo que convierte a la isla en un punto de control estratégico para el tráfico marítimo y la proyección de poder en el Ártico.
La base aérea de Thule
La base, situada en el noroeste de Groenlandia es de gran importancia estratégica por varias razones. Está situada a solo 1.500 kilómetros del Polo Norte, lo que la convierte en un punto ideal para la vigilancia del hemisferio norte.
Esta base forma parte del sistema de defensa antimisiles de Estados Unidos. Alberga radares de alerta temprana que detectan posibles amenazas balísticas provenientes de Rusia o China, lo que la convierte en un componente esencial del escudo defensivo norteamericano.
También sirve como estación para el rastreo y comunicación de satélites en órbita polar. Esto es crucial para misiones militares, meteorológicas y de navegación global (como el GPS).
Además de ser un enclave militar de gran valor estratégico, Groenlandia se encuentra en el centro de nuevas rutas marítimas que podrían redefinir el comercio global.
Con el deshielo del Ártico y la apertura de nuevas rutas marítimas, Thule gana aún más valor como punto de control logístico y militar en una región cada vez más disputada por potencias globales.
Es decir, Thule no solo es una base militar, sino un centro estratégico de vigilancia, defensa y comunicaciones en una de las regiones más sensibles del planeta.
Minerales clave para la industria
El deshielo también está revelando un tesoro oculto: minerales críticos para la transición energética. Groenlandia alberga importantes depósitos de tierras raras, esenciales para la fabricación de turbinas eólicas, vehículos eléctricos, teléfonos móviles y sistemas de defensa. Aunque sus reservas no compiten en volumen con las de China, su valor estratégico radica en la posibilidad de diversificar el suministro global y reducir la dependencia del gigante asiático.
Además de tierras raras, se han identificado recursos de litio, grafito y cobre, todos ellos fundamentales para la fabricación de baterías y tecnologías limpias. Según el Servicio Nacional de Geología de Dinamarca y Groenlandia (GEUS), la isla cuenta con aproximadamente 235.000 toneladas de litio y 6 millones de toneladas de grafito. Aunque estas cifras son modestas a escala mundial, su explotación podría tener un impacto significativo en la economía local y en la cadena de suministro global.
Estos minerales resultan esenciales para fabricar imanes permanentes usados en turbinas eólicas, motores eléctricos, smartphones y sistemas de defensa. Sin ellos, muchas tecnologías modernas no serían viables.
Además, Groenlandia podría convertirse en un proveedor alternativo de minerales críticos, reduciendo la dependencia de países como China y fortaleciendo cadenas de suministro más sostenibles y diversificadas.
Tensiones internas y dilemas ambientales
Las relaciones entre EE. UU. y Dinamarca pasan por momentos muy complicados desde la llegada de Donald Trump a la presidencia.
Sin embargo, el desarrollo de estos recursos no está exento de controversia. Groenlandia, que goza de un alto grado de autonomía dentro del Reino de Dinamarca, se enfrenta a un dilema entre el desarrollo económico y la protección de su frágil ecosistema. Muchos habitantes temen que la minería a gran escala pueda afectar a los frágiles ecosistemas, contaminar aguas y alterar hábitats.
En un entorno tan sensible como el Ártico, cualquier impacto puede ser irreversible. El principal dilema es cómo aprovechar sus recursos sin comprometer su entorno natural ni su cultura. El desarrollo debe ser equilibrado, con beneficios reales para la población local.
Además, el deseo de independencia choca con la dependencia económica de Dinamarca y la necesidad de atraer inversiones extranjeras para explotar estos recursos.
Perspectivas de futuro
Groenlandia podría llegar a convertirse en un actor clave en la economía global, especialmente en sectores como la energía verde, la minería estratégica y la logística ártica. Su potencial es enorme si se gestiona con visión a largo plazo.
Sin embargo, se encuentra en una encrucijada histórica. La posición geoestratégica y esos recursos minerales la convierten en un actor clave en el futuro del Ártico y en la transición energética global. Pero su desarrollo debe gestionarse con responsabilidad, equilibrio y respeto por su entorno natural y cultural. Está en juego no solo el futuro de una isla, sino el equilibrio de un ecosistema estratégico y el equilibrio geopolítico del planeta.
En cuanto a su independencia, y tras la insistencia reiterada del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, una hipótesis plausible es la de que la isla se convierta en un estadio asociado de EE. UU., al estilo de Puerto Rico. El tiempo nos lo dirá.
Groenlandia no solo es una tierra de hielo y minerales: es el tablero donde se juega una nueva partida global.
(*) Alfredo Rodríguez es profesor en UNIR del doble Grado en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas y del Máster Universitario en Estudios de Seguridad Internacional.
- Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales
- Facultad de Derecho