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Profesores más formados y padres valientes para identificar niños con altas capacidades

Cuatro docentes del Experto en Altas Capacidades de UNIR, encabezados por Javier Tourón, y dos alumnas del mismo, reflexionan sobre cómo mejorar e impulsar la atención a estos a niños en el sistema educativo español

El desconocimiento, el miedo a las etiquetas, la ausencia de protocolos unificados, un modelo adscrito a la inalterabilidad del Coeficiente Intelectual (CI), falta de evaluaciones y, sobre todo, de formación. Es el cóctel fatídico al que se enfrentan los alumnos con altas capacidades a la hora de ser reconocidos en el sistema educativo español. Las cifras no son baladí. Más del 95% de estos niños no están identificados, lo que implica que “el talento en nuestro país tampoco lo está y el futuro de esta sociedad está en tela de juicio”.

Así de claro lo razona Roberto Ranz, especialista en altas capacidades y desarrollo del talento, además de coordinador del Experto Universitario en Altas Capacidades y Desarrollo del Talento de UNIR. Lo hizo durante el transcurso de una Openclass que compartió con sus otros tres compañeros que conforman el claustro de este título. Javier Tourón, Vicerrector de Innovación y Desarrollo Educativo de UNIR y experto en dicha materia, Déborah Martín, doctora en Educación y especializada en Innovación e Investigación Educativa y Marta Tourón, profesora y especialista en el Diagnóstico e Intervención de alumnos de alta capacidad.

Los cuatro, junto con dos alumnas del Experto, Paulina Bánfalvi y María Jesús Salcedo, reflexionaron sobre cómo resolver la atención a los alumnos con altas capacidades en el sistema educativo español. El veredicto fue unánime. Existe un gran déficit de formación de los profesores, de los orientadores, de los equipos directivos de las escuelas y de las consejerías de Educación. “No hay una formación específica, los temas relativos a las altas capacidades son una parte casi residual de los temarios y las personas que se quieren adentrar en este campo tampoco están acertando con su formación personal”, sostuvo Tourón.

La ausencia de un protocolo unificado, en lugar de diecisiete (en función de cada comunidad autónoma) no ayuda. Como tampoco lo hace la pervivencia de un modelo de identificación basado en el CI-130. “No hay una sola figura seria en el mundo académico que lo acepte, las administraciones que lo manejan deberían ponderar dónde están sus fuentes de información porque habría que desterrarlo, junto con pensar que los test  producen puntuaciones indelebles e inmutables en las personas”, añade.

La evaluación, factor clave

Tampoco, si de formación se trata, esta viene mal a los  progenitores, puesto que su papel resulta de suma importancia al poder, en estas situaciones, “aportar al colegio más información al perfil de su hijo, para completar la valoración o provocar que le evalúen con otras pruebas”, explica Marta Tourón. Precisamente la evaluación resulta clave en cualquier proceso de enseñanza a la hora de determinar “qué saben los niños, porque solo hay que enseñarles lo que desconocen, pretender que todos reciban la misma instrucción al mismo tiempo y nivel es negar la realidad”, insiste el Vicerrector de Innovación y Desarrollo Educativo.

Tourón hace hincapié también en los prejuicios ideológicos de algunos docentes “que no reconocen que estos niños les molestan y les parecen amenazantes; es un problema de voluntad y preocupación”. La finalidad, ni más ni menos, que cada uno “sea considerado como una persona única e irrepetible, con una trayectoria de desarrollo personal diferente al de su vecino”. De esa forma, se conseguirá el objetivo último de la educación, “que la gente sea feliz”.

Y para ello los padres deben desterrar su, a menudo, temor a que etiqueten a su hijo de altas capacidades. “No es infrecuente hallar progenitores con miedo a que se evalúe a sus hijos por temor a que se les señale o etiquete y los profesores no les den respuesta adecuada”, constata Marta Tourón. “Hay padres que prefieren que su hijo sea identificado como TDAH y que esté atendido, pero hay que racionalizarlo y ver que no pasa nada”, desvela María Jesús Salcedo, profesora de Secundaria y madre de dos niñas de altas capacidades. “Encuentro familias cuya obsesión es que sus hijos sean como los demás”, se suma Paulina Bánfalvi, cuyos dos hijos tienen también altas capacidades.

Ese temor a no obtener la respuesta adecuada para sus vástagos por parte de los profesores, a ser señalados, junto con una comprensión de la educación como una mera transmisión de contenidos no contribuyen a trabajar en la misma dirección. Solo así, todos unidos, se conseguirá que cualquier iniciativa por pequeña que sea, no se convierta en una solitaria gota en el inmenso océano.

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