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Cinco razones (como mínimo) para premiar a Green Book

Este domingo se celebran los Óscars 2019, evento que esperamos ansiosos todos los enamorados del guion audiovisual, entre ellos por supuesto mis alumnos del Máster en Guion Online.

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Tres guionistas, una historia basada en hechos reales y una guía contenida en los anales del horror y del error humanos. Estos escasos ingredientes han convertido el libreto de Green Book en claro merecedor del Oscar a Mejor Guion original de este año, muy por encima de sus (por otro lado, excelsos) competidores: La favorita, Roma, El vicio del poder y El reverendo.

Lo que hace sublime a la historia de Green Book puede resumirse en un solo concepto, el de autenticidad, cuyas raíces entroncan con una verdad sin fisuras que va más allá de la propia anécdota. La historia de Green Book es la historia de la humanidad.

Una trama sencilla 

El argumento de Green Book no resulta exhaustiva, ni siquiera intrincada, todo lo contrario; se limita a narrar el viaje que, en los años sesenta, el virtuoso pianista Don Shirley (Mahershala Ali) hubo de realizar al sur profundo de los Estados Unidos, llevando para ello a un conductor italoamericano, Tony Lip (Viggo Mortensen), acostumbrado a resolver conflictos en los locales nocturnos neoyorkinos. Cuando ambos se enfrenten a la sociedad más intransigente, que admira la música de Shirley, pero abomina su procedencia africana, deberán hacer causa común contra el sectarismo, aunque eso los lleve a desvelar partes de su personalidad que ambos desconocían. 

Personas, no personajes 

El eje central del film, y sobre el que pivota su completo engranaje, es la personalidad de sus dos protagonistas. Lejos de configurarse como un buddy film al uso, en el que dos personajes con caracteres antagónicos deben poner a prueba su temple, Peter Farrelly brinda la oportunidad de ir a la esencia de la naturaleza humana, de conocer las flaquezas e ignorancias que nos limitan en la interacción social. Tony Lip y Don Shirley huyen del arquetipo para adentrarse en el barroquismo humano. Sin duda, la química entre ambos personajes, y la verdad que destilan sus interpretaciones, son el gran acierto de Green Book. 

Mucho más que una road movie 

El sentido de devenir que implica un viaje es aprovechado por los guionistas Peter Farrelly, Brian Currie y Nick Vallelonga (el propio hijo del protagonista) para entregar una auténtica lección de vida. Sin fullerías, sin excesos. Lip y Shirley son diferentes, cierto, y cuando la película finaliza siguen siéndolo, pero cada uno de una forma distinta. El arco transformacional de ambos los lleva a empatizar con el otro de una manera inimaginable. Las lecciones del saber popular, el deleite de la gran cultura, la proximidad del día a día de la calle o el desvelamiento de secretos jamás revelados, son solo piezas al servicio de un mecanismo comportamental superior. Los protagonistas jamás volverán a ser los de antes, pero nunca habrán sido más ellos mismos. 

Didáctica emocional 

Otro de los aciertos de Green Book es cubrir el aspecto emocional de la historia con toques de humor, los cuales adentran al espectador en un estado anímico propicio para el aprendizaje. Porque, efectivamente, Green Book tiene una clara (y necesaria) vocación didáctica, haciendo visibles los aspectos más absurdos de la estereotipia social. Green Book obliga a enfrentarse a los propios prejuicios para encontrar un desahogo catártico: a partir de la unión de Lip y Don, nada puede volver a ser igual.   

Realidad contra ficción 

Aunque pudiera parecerlo, Green Book no es una historia alejada en el tiempo ni en la memoria, y mucho menos una creación para activar la emoción de la audiencia. Su título hace referencia a una realidad, la del libro The Negro Motorist Green-Book, escrito en 1936 (y vigente hasta 1966) por Victor Hugo Green, en el que elaboraba un elenco de todos aquellos restaurantes y hoteles a los que la población afroamericana podía viajar sin esperar segregación racial. De otro modo, se podían ver envueltos en situaciones de flagrante peligro, además de ser expulsados de locales donde no fueran bienvenidos o, incluso, ser detenidos por el simple hecho de circular con libertad. Las calles eran concebidas entonces, tal como lo refleja la película, como un entorno no seguro para todos aquellos cuya etnia pareciera contravenir la norma impuesta por la sociedad, pasando a convertirse en parias. La necesidad de una guía como Green Book se hacía entonces perentoria en términos de seguridad, pero también de infamia.  

Nominada por la Academia a Mejor película, Mejor actor (Mortensen), Mejor actor secundario (Ali), Mejor montaje, y, por supuesto, Mejor guion original, Green Book resulta un tipo de película necesaria, con una irrenunciable factura clásica y unos modos en desuso. Porque sin ardides ni tramoyas, introduce al espectador en el auténtico, y en ocasiones perdido, sentido del cine, que no es otro que el de tener una buena historia que contar y saber contarla. 

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