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El voto tardío, decisivo en el acierto de las encuestas

La demoscopia y los sondeos electorales protagonizan en UNIR una cita en la que los expertos Narciso Michavila y Manuel Mostaza han explicado las complicaciones a la hora de estimar los resultados

Los últimos resultados en las elecciones españolas y estadounidenses, los pronósticos sobre el Brexit o el referéndum colombiano han hecho saltar las alarmas sobre los fallos de las encuestas electorales. Pero, ¿realmente fueron tan desencaminadas las encuestas? Esta pregunta la han respondido los expertos en esta cuestión dentro de la tercera sesión del Foro ‘La construcción de la opinión pública’ celebrado en UNIR de la mano de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Sociales y Humanidades. Los ponentes estrella en esta ocasión han sido Narciso Michavila, sociólogo y presidente de GAD3, y Manuel Mostaza, politólogo y ex director de operaciones SIGMA2.

Ambos han sido alabados por Carmelo Encinas, director de esta cita junto con Miguel Ángel Garrido Gallardo, al considerar que se trata de expertos que “dan la cara cuando se equivocan en sus prospecciones, explican en qué han podido fallar y nunca se esconden; eso es de agradecer y los periodistas lo valoramos mucho”.

Una sinceridad de la que ha hecho gala Michavila, el primero en tomar la palabra. “Las últimas donde fallamos claramente fueron las generales de junio, pero luego en las vascas y gallegas clavamos los resultados; si no hubiéramos acertado tendríamos que haber hecho revisión, como ya ocurriera en las europeas”, ha admitido. Sin embargo, ha dejado claro que en las elecciones estadounidenses “se ha instalado la falsa idea de que no acertaron, daban ganadora a Hillary y ganó, pero cuatro estados que no se entrevistaron tuvieron un comportamiento muy diferente al usual”.

Es precisamente lo inesperado donde, según Michavila, hay que buscar la razón de estos pronósticos desacertados. “Cada vez decidimos el voto más tarde y hay que prestar más atención al último tramo porque es cuando están cambiando los resultados y a las personas que tienen la oreja pegada al terreno, no sirve un medio de Bruselas para saber qué votarán los colombianos. El mundo está cambiando más y, si queremos ver encuestas, debemos centrarnos mucho en las del terreno”, ha señalado.

Otro motivo son los tiempos. “Aquí aún hacemos encuestas con distintas metodologías como el CIS, que son domiciliarias, muy caras y con datos conocidos hace un mes, aunque ahora estamos empezando a explorar online”, explica. Modalidad que en Francia se está aplicando de forma única “por primera vez en la Democracia”. Habrá que esperar hasta la noche electoral gala para ver su fiabilidad, pero, a tenor de los datos que arrojan, Michavila ha apuntado a Macron-Le Pen como el escenario más posible de cara a quién será el próximo presidente del país vecino.

Mostaza ha preferido mostrarse más cauto. Ha centrado su discurso en tres pilares básicos. La opinión pública, las encuestas y su influencia. El politólogo ha matizado que, en las sociedades modernas o postmodernas “muy fragmentadas”, la opinión pública es un concepto muy discutido. “Si damos por supuesto que hay un constructo llamado así, debemos entender que no tiene opinión sobre todas las cosas; en época de excesos de redes sociales, hay elementos en que los ciudadanos no deben por qué tener opinión y no pasa nada”. Tras recordar que el Instituto de la Opinión Pública se creó en 1963 y que previamente el conocimiento de la opinión pública “era de oído”, Mostaza ha señalado que “esto marca la relación de los españoles con las encuestas, es complicado conocer bien a la opinión si desconfías de forma sistemática de quien te ayuda a conocerla”.

Firme convencido de la utilidad de las encuestas por ser la “única manera” de los ciudadanos para saber qué pasa en la sociedad “en términos electorales entre elección y elección”, ha insistido en que los sondeos “son ciencia y aunque hay problemas, suelen ser bastante precisos, lo demás es magia, por que las encuestas nunca predicen, eso los astrólogos, las encuestas hacen estimaciones, miden tendencias y sacan una foto fija de un momento social o político determinado”. Y ha reivindicado su importancia para los medios de comunicación porque les permite marcar la agenda política, para los partidos al definir su estrategia electoral y para la ciudadanía porque dan información gratuita y construyen ciudadanía. “Influyen cuando el resultado se prevé muy ajustado y los ciudadanos tienen la sensación de que su voto cuenta”, razona.

La periodista Esther Esteban ha cuestionado a los partidos políticos que niegan el realizar sus propias encuestas “cuando sabemos que las tienen” y ha llamado la atención sobre el voto vergonzante “que suele ser más el voto a la derecha”. Por su parte José Ramón Lorente, investigador principal de NC Report, ha apuntado que las encuestas telefónicas sobre el resultado de las elecciones “fueron más exactas que el tráfico online porque todos sabemos que los que actúan en redes o Internet no es un espejo de la realidad sociodemográfica de España, está sesgado”. El subdirector de Tiempo, Álvaro Nieto, considera que no existe “excesiva demonización” de las encuestas por parte de los medios, al contrario. “Estamos fascinados porque nos vienen muy bien”, ha asegurado, si bien ha lamentado que en España “no sabemos contar a la gente qué es una encuesta, que es un estado de opinión en un momento dado” y ha coincidido en que “cada vez decidimos el voto más tarde, incluso se cambia por horas”.

“Hay unas reglas anacrónicas del siglo XX, la jornada de reflexión, la prohibición de publicar encuestas en un día… y en cambio la gente decide cada vez más tarde, la tecnología cambia todo y con los empates de Ecuador, Perú, Colombia, Austria, Australia… el electorado se ha puesto de acuerdo para ponerlo más difícil al sociólogo e interesante a los periodistas”, ha incidido Michavila, muy partidario de los sondeos a pie de urna. Como también lo es Rafael de Miguel, periodista de El País, para quien lo que ha ocurrido ha sido “un cambio enorme en el espectro ideológico”, a lo que se suman las complejidades del sistema electoral español y la aparición de más actores, “por lo que es más complicado afinar”.

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